martes, 14 de julio de 2015

XVI Domingo del Tiempo Ordinario: Jesús Buen Pastor, Descanso y Paz

"Se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor" (Mt 6,34)

XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La Palabra del Día              
1ª Lectura: Jr 23, 1-6. Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores.
Interleccional: Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.
2ª Lectura: Ef 2, 13-18. Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa.
Evangelio: Mc 6, 30-34. Andaban como ovejas sin pastor.
En Contexto
     El Señor es mi Pastor. La liturgia del domingo pasado hablaba de la misión, hoy presenta la imagen del pastor y sus ovejas. Jesús tiene lástima de la multitud que le sigue y se puso a enseñarles. La promesa de un guía, portador de justicia (1 Lect.), encuentra su realización en Cristo (Ev.), que unifica los pueblos, destruye enemistades y concede la paz (2 Lect.). (Misal Diario, Almudi). 

Este domingo
En la Oración Colecta, pedimos humildemente al Señor: que sea propicio con sus siervos y que multiplique, bondadoso, sobre ellos los dones de su gracia, para que, fervorosos en la fe, la esperanza y la caridad, perseveremos siempre fieles en el cumplimiento de sus mandatos. Esto es, que a través de su gracia, nosotros podamos ser promotores de la paz y la unidad en la fe, la esperanza y la caridad. Así, la Palabra sagrada de hoy nos detalla un poco más.

     El profeta Jeremías habla a los pastores que son incapaces de cuidar a las ovejas y anuncia que Dios mismo intervendrá y las cuidará para que crezcan y se multipliquen. San Pablo nos presenta un himno de unidad y paz; fue Cristo quien, siendo nuestra paz, nos unió en un solo pueblo y ahora, gracias a Él, nos  aproximamos al Padre por la acción de un mismo Espíritu. El evangelio nos narra el regreso de los apóstoles de la misión. Jesús los invita a descansar, pero también atiende a la multitud porque andan como ovejas sin pastor. (Misal Mensual, El Pan de la Palabra, Sociedad de San Pablo, julio de 2015). En el Salmo 22 (23) reconocemos el amor y la misericordia divina en el descanso y el cuidado que el Señor tiene por cada una de sus criaturas, especialmente el ser humano pues, siendo Él nuestro Pastor, ¿qué nos ha de faltar?

Jesús Buen Pastor
     La liturgia de hoy se centra en El Pastor y los pastores, es decir, en Jesús, quien mirando a la multitud, siente compasión, pues andaban como ovejas sin pastor, es decir, dispersas, extraviadas, indefensas, temerosas.

     Por su parte, el profeta Jeremías denuncia el mal trabajo que realiza un falso pastor, es decir, aquellos que sólo se aprovechan de su posición y su “fama” para dominar y oprimir al “rebaño”, para herir y lastimar a los que Dios, dueño y Señor del rebaño, les ha confiado. De una u otra forma, tú y yo, formamos parte de este rebaño. Un rebaño que, como meditamos el domingo pasado está extraviado y necesita de la Palabra, su sabiduría y su consuelo. Es cierto que muchos pastores desatienden su rebaño por cosas eminentemente egoístas. Saben que tienen una posición privilegiada –aún- en medio de la sociedad, y la utilizan no para llevar el evangelio ni para ejercer un servicio en bien de los demás, sino para alimentar su soberbio egoísmo.

    Y el Señor que es Amor, también es justo. Si el pastor no cumple su deber, entonces, que se le haga a un lado, para que otros, más comprometidos, más fieles a la Palabra, más conscientes de la importancia de su misión, les remplacen…

     Por otro lado, hablar del Buen Pastor, a imagen de nuestro Señor Jesucristo, no sólo se aplica a nuestros pastores de hoy, al clero, nuestro obispo, sacerdotes y diáconos, sino también aquel pastoreo que también nos corresponde a los fieles laicos, aquellos que de una u otra forma, se les ha encomendado una porción del pueblo de Dios, ya como responsables de algún grupo o actividad eclesial, ya como padres de familia, o como gobernantes y políticos, incluso como empresarios, o jefes laborales. De muchas maneras algunos laicos compartimos esta misión, y no podemos cerrar los ojos ante la situación que nos envuelve hoy, ante el dolor del hermano, ante la degradación moral y espiritual que se está produciendo por hacer a un lado, fuera de nuestras vidas a Dios, renunciando a nuestra obligación de conducir, también en las realidades terrenas, a su pueblo santo.

Descanso
     Jesús, el Buen Pastor, nos ofrece también un descanso. Siempre es necesario el descanso.

     Vivimos en una realidad que pareciera un vórtice, una vorágine, en un constante ir y venir, que nos aprisiona y consume gran parte de nuestra existencia. Tenemos muchas cosas que hacer y pocas son, realmente, las que queremos. Y a veces caemos en un activismo desmesurado, un correr queriendo vivir, cuando en realidad morimos en el intento.

     El trabajo bien hecho requiere también un descanso. Un descanso que no implica un “no hacer nada”, sino un reponer fuerzas, volvernos a llenar, un entrar en la intimidad propia que nos permita reacomodar nuestra vida y, sobretodo, nuestra relación con Dios, para entonces, volver al trabajo llevando el amor a los amados, especialmente a aquellos que no se sienten amados, o que no lo son por el odio, el egoísmo, la envidia, etc.

     El descanso requiere silencio, tranquilidad y calma.

     Hoy, Cristo se nos ofrece, una vez más, como ese remanso de tranquilidad y seguridad, un lugar dónde recostar la cabeza y descansar.

Cristo, nuestra Paz
     Y ese descanso implica también paz. El mundo sigue en guerra. Tú y yo seguimos en guerra. La paz, hermanos, no es necesariamente la ausencia de guerra o de conflictos, la paz, en realidad, es un estado de calma y tranquilidad ante los sucesos diarios que podrían afectarnos, y ante aquellos que nos conducen a la felicidad.

     En cierta forma, dejarnos llevar por el Buen Pastor, hacia esos pastos verdes, saber que gozamos de su compañía, aun cruzando parajes oscuros y cañadas peligrosas, eso nos granjea la paz.  También genera paz la Obra Bien Hecha, es decir, cuando cumplimos cabalmente con aquellas tareas que son producto de la misión que el Señor nos ha encomendado al frente de un rebaño, ya sea desde la fe, frente a la familia, a un pueblo, una empresa, una actividad laboral, los estudios, lo que nos corresponde hacer. La paz se obtiene en el descanso, en la búsqueda de aquél remanso en el que podemos sentirnos protegidos y seguros.

    Cristo es nuestra paz, porque Él ya ha luchado la peligrosa batalla contra el Pecado y la Muerte, venciéndoles y asegurándonos un futuro promisorio, un futuro de vida, y vida en abundancia. Cristo es nuestra paz porque Él nos anima a vivir, con todas sus consecuencias el amor; y donde hay amor hay paz. Si verdaderamente amamos, gozaremos de la paz, sin importar los vientos y las mareas, los terremotos y las crisis, sin importar el mal que el enemigo nos produzca. El amor, el que ama, vence las debilidades, o las atenúa, pero con certidumbre, mira siempre hacia adelante, aprovechando la fuerza de la fe, la esperanza y, sobretodo, la caridad.

     Que el Señor nos conceda ser verdaderos instrumentos de su paz, poder descansar en el amor, y ser remanso para los que nos rodean, y que nos ayude en nuestra misión de pastores.

     Que santa María siempre Virgen, Madre del Dios por quien se vive, y Madre nuestra, siga intercediendo por nosotros y nos consiga la paz y el descanso tan deseado, para entonces, continuar alabando el amor y la misericordia del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 19 de julio de 2015,
16º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B




lunes, 6 de julio de 2015

XV Domingo del Tiempo Ordinario: Misión: “Elegidos y Enviados”

"Llamó Jesús a los Doce, y los envió..." (Mc 6,7)


XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Palabra del Día                  
1ª Lectura: Am 7, 12-15. Ve y profetiza a mi pueblo.
Interleccional: Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
2ª Lectura: Ef 1, 3-14. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.
Evangelio: Mc 6, 7-13. Los fue enviando.

En Contexto
     Elegidos y enviados. El mensaje de la liturgia se resume hoy en una palabra: «misión». Dios elige a Amós y lo saca de en medio de sus tareas de pastor para que profetice a la casa de Israel (1 Lect.). Jesús envía a los Doce a predicar la conversión (Ev.). Nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante Él por el amor (2 Lect.) (Misal Diario, Almudi).

Este domingo
En la Oración Colecta, pedimos humildemente al Señor: “que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a cuantos se profesan como cristianos rechazar lo que sea contrario al nombre que llevan y cumplir lo que ese nombre significa…” Es decir, estamos extraviados y necesitamos volver al camino, viviendo con plenitud el verdadero cristianismo que profesamos por la gracia del bautismo. En la Palabra Sagrada de hoy encontramos la respuesta a esta especial súplica.

     La primera lectura nos narra cómo el sacerdote del templo real expulsa al profeta Amós. Él responde que sólo obedece a Dios, quien le dijo: “ve a profetizar en mi nombre a mi pueblo”. San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta un himno cristológico, en el que enumera algunas bendiciones que, como bautizados, recibimos a partir de la presencia de Cristo. En el Evangelio, Jesús envía a los doce a expulsar a los espíritus impuros. Les pide llevar sólo lo indispensable y, si no los reciben, sacudirse los pies como advertencia (Misal Mensual, El Pan de la Palabra, Sociedad de San Pablo, julio de 2015). En el Salmo imploramos al Señor que nos muestre su Misericordia, porque queremos vivir según sus leyes y su Palabra.

“Muéstranos, Señor, tu misericordia”
     Estamos extraviados y necesitamos volver al camino. El Papa Francisco nos ha invitado, en su última encíclica “Alabado seas”, a reflexionar profundamente sobre la situación de “nuestra casa”, cómo el ser humano en esa sensación autosuficiente ha ido destruyendo su propio entorno.

     Y sí, el mundo está enfermo, y gravemente. No se trata de ser extremistas ni dramáticos, tampoco pesimistas, sino realistas; mil problemas nos parten la cabeza día a día, desde los más simples como vestir y vernos bien ante los demás, hasta lo más complejo, la macro economía y las relaciones internacionales, y hasta las “inter-planetarias”. Un mundo que ha avanzado a pasos verdaderamente grandes en la última centuria, cambios que aún no hemos podido asimilar por la rapidez en que éstos se van dando. Dirá el poeta: “lo que fuera ayer ya no es hoy”; así de rápido ha sido el “progreso” humano.

     Lo cierto es que con todo el “optimismo” del progreso y el avance humano, hay ahí afuera, en nuestro mundo, en nuestras calles y plazas un sinfín de “endemoniados” y “espíritus inmundos e impuros”, hay enfermos y alejados, hay marginados y desprestigiados, hay una verdadera y lamentable cultura de la muerte: ahí, donde debiera haber vida, donde debiera haber protección y seguridad, ahí donde la libertad debiera ser la constante de la existencia humana, ahí, justo ahí, es donde más enfermo está el mundo, hay dolor, sufrimiento y muerte. Y lo más grave: tú y yo nos quejamos y nos lamentamos diariamente, y gritamos al cielo la injusticia y el dolor pero, tú y yo, hemos sido partícipes activos de esta degradación y desenfreno. “Progreso” le hemos querido llamar, “modernidad” y hasta “liberación”, pero no ha sido sino plena destrucción, esclavitud, dolor, sufrimiento y muerte.

     ¿Y dónde está Dios? Dios ha sido expulsado de la vida diaria y sólo ha sido relegado, “expatriado”, a un sucio y desvencijado lugar al que llamamos templo y hasta iglesia, un atrio, un jardín olvidado, una lona inservible, una cruz tirada en medio de la nada y hasta un pretexto para la guerra. El “santuario” es el hombre, y el “templo del rey” es el edificio del poder y la opresión, el culto al materialismo, hedonismo y relativismo: tener por tener, sentir bonito y “opinar” sin fundamento queriendo hacer verdad lo que jamás podrá ser la Verdad.

     Por eso, le suplicamos hoy a Dios que los que estamos extraviados podamos volver al camino. Que nos “muestre su amor y su misericordia”, nos de su luz y podamos ver, conocer y amar la Verdad, no sólo como un simple concepto, sino como la realidad que ha de unir a la humanidad entera y a ésta con Dios, Padre, amoroso y misericordioso. 

     Sí, estamos extraviados, pero podemos retomar el camino y volver de la muerte a la vida.

Dios Responde
     Cristo. Ésta es la Gran Respuesta. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Él con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Porque por Cristo somos hijos y somos santos. Dios es nuestro Padre, pues nos ha creado a su imagen y semejanza, racionales, con voluntad y sobretodo, libres; y por lo mismo, como Él, santos por vocación.

     Y en Cristo Jesús, por su Sangre derramada en la cruz, redimidos, salvados y rescatados de la muerte eterna, que destruye y aniquila, hacia el amor y la luz del amor mismo; recibimos el “tesoro de su gracia, sabiduría e inteligencia”, para que, en Cristo mismo lleguemos a la plenitud, teniendo sólo a Él por cabeza.

     Cristo nos hace herederos del Padre, para que “fuéramos alabanza continua de su gloria”, al alcanzar, con su gracia y nuestro esfuerzo, la felicidad original con la que fuimos creados.

     Y por Él y por su Espíritu que se nos ha sido dado, podemos conocer, amar y vivir el Evangelio, que nos conduce a la Verdad: Dios, Padre providente, que nos redime en su Hijo Jesucristo y nos congrega por el Espíritu en un camino de salvación y de vida en abundancia… ¿Qué más hemos de “menester”?

Dios nos llama, instruye y envía…
     Y es verdad, nos recuerda el profeta Amós en el breve relato de su vocación: “Yo no era un profeta, ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me tomó detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve y Profetiza’ a mi pueblo de Israel”. Es decir, yo no lo elegí ni lo busqué, sólo contemplaba mi “destino” en el aquí y ahora; es Él, Dios, quien me ha elegido y me ha tomado de ahí, de mi vida y trabajo cotidiano…

     Luego miramos a Jesús, quien “llamó a los Doce” (este mismo evangelista nos dirá antes que “llamó a los que quiso” Mc 3,13) y los envió a predicar la conversión. Los instruyó en lo que debían hacer: predicar, expulsar demonios, ungir y sanar a los enfermos… es decir, mirar al necesitado y sintiendo como propia su necesidad, en la caridad, ayudar a resolver… pero con una característica que muchos aún no comprendemos, o no queremos comprender, puesto que es muy clara: “Si no los reciben ni los escuchan”, abandonen el lugar… es decir, ante todo libertad. No dice: oblíguenlos, aprésenlos, critíquenlos, júzguenlos, condénenlos, anatemícenlos… ¡no! El Señor nos dice, déjenlos… como diciendo: “ya comprenderán”.

     Jesús los envía a ellos, como a nosotros, a predicar la conversión: no una conversión según la clásica malinterpretación del término… no es un ser “buenitos” o “buenoides”, completamente santos, puros y castos, incorruptos y perfectos, intachables… ¡no, tampoco!, sino verdaderamente humanos, una conversión del corazón; un reconocer el amor y la misericordia de Dios, saberse necesitado de Él, saberse suyo, y saberlo tuyo… Volver tu corazón, es decir, tu persona entera, a Dios, a quien le perteneces y que, por su gracia, te pertenece, tan personal y, a la vez, tan comunitario. Para ti, para mí, para todos nosotros. Así, la conversión también implica ir y compartir toda esta gracia con quien aún no se da cuenta, o que no quiere aceptarlo en su vida.

     ¡Vamos, caminemos juntos!, ésta es nuestra misión: ser profetas, discípulos, misioneros; expulsar los demonios de siempre: el egoísmo, el odio, la envidia, la avaricia, la soberbia, el dolor, la destrucción, la muerte; ungir al enfermo: por eso somos cristianos, porque somos ungidos, porque podemos consolar, animar, aconsejar, amar; y sanar las grandes heridas provocadas por la destrucción en la que hemos participado abusando de nuestra libertad. No podemos quedarnos ahí, parados, inactivos, inmóviles, absortos en nuestro propio yo, apáticos a lo que sucede a nuestro alrededor…

     Somos cristianos, éste es nuestro Nombre; nuestro Apellido, católicos. Cristo para todos. Para ti, para mí, para todos nosotros.

    Hoy le hemos dicho al Padre de amor: “estamos extraviados y queremos volver al camino, concédenos a los que nos profesamos cristianos rechazar lo que sea contrario al nombre que llevamos y cumplir lo que nuestro nombre significa…”

     Somos cristianos y ésta es nuestra misión: somos elegidos y enviados a predicar el Evangelio a toda creatura, a anunciar la liberación del cautivo y a rescatar al oprimido, a sanar los corazones afligidos, a expulsar los demonios y ungir al enfermo… pero sobretodo, llamados, elegidos y enviados a amar… sólo a eso.

     Que santa María siempre Virgen, Madre del Dios por quien se vive, y Madre nuestra, siga intercediendo por nosotros y nos consiga, de parte del Padre, la gracia de ser verdaderos cristianos, profetas de nuestro tiempo, discípulos y misioneros, anunciadores del amor y la misericordia divina, y así, respondamos con el amor obediente del hijo que se sabe rescatado por su Padre celestial.

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 12 de julio de 2015,
15º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B