miércoles, 1 de julio de 2015

XIV Domingo del Tiempo Ordinario: Incredulidad y Testarudez ante la Palabra

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6, 4)

XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La Palabra del Día
1ª Lectura: Ez 2, 2-5. Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.
Interleccional: Sal 122. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
2ª Lectura: 2Co 12, 7b-10. Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.
Evangelio: Mc 6, 1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra.

En Contexto
     Tres personas para la misión. Dios escoge para ser instrumentos de su palabra a un profeta desterrado (1 Lect.), a un carpintero, hijo de María (Ev.) y el que presume de sus debilidades (2 Lect.). Difícil la misión de Ezequiel entre sus connacionales (1 Lect.). Jesús experimenta el rechazo de sus conciudadanos (Ev.). Pablo experimenta dificultades de todo género en su predicación (2 Lect.). Los tres reconocen que con cuánta fatiga la verdad se abre camino entre los hombres. (Misal Diario, Almudi).

Este domingo
El profeta Ezequiel, invadido por el Espíritu, siente la responsabilidad de llevar la Palabra de Dios a su pueblo. El Profeta, aunque lo ignoren, deberá cumplir su misión. San Pablo nos habla de algo personal; por la respuesta, parece que se refiere a las adversidades que siempre le acompañaron en la obra de evangelización. Jesús va a Nazaret. El sábado enseña en la sinagoga, pero es rechazado. “Lo conocemos desde pequeño”, dicen los oyentes. Jesús estaba admirado por su falta de fe. (Misal Mensual “El Pan de la Palabra”, Sociedad de San Pablo, julio 2015). El salmo 122 es la petición ansiosa de protección divina en medio de la aflicción.

No es fácil ser Profeta
     “El Espíritu del Señor está sobre mí; Él me ha enviado para llevar a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4,18). ¡Oh, sí, saberse llamado y enviado! Cuánta alegría da esta misión tan especial. Cuánto orgullo puede uno sentir cuando escucha estas palabras de Jesús y las hace suyas. Cierto, hay alegría, hay emoción, se siente uno muy especial, querido y amado, y tomado en cuenta, puede uno sentirse también intachable, intocable por el mal, y hasta sabio a causa de una sabiduría infinita que es compartida por Dios… ¡qué orgullo y qué honor!

     Algo similar siente uno cuando se encuentra en una posición de poder. Ser jefe, ser papá o mamá, ser el gran patriarca o la gran matriarca familiar. Uno es intocable, incontestable, insustituible… ayer, sólo era un peón, ahora dirijo el lugar, muchas veces con aquella mano dura que tanto odié durante mi juventud… pero, ahora es mi turno…

     Sí. Es emocionante. Y ahí está el riesgo. Porque dejo de escuchar y poner atención. Ya no miro hacia abajo, sino que los demás tienen que mirarme hacia arriba. El riesgo es la soberbia, la corrupción.

     El profeta no es así. Sí, se sabe llamado, escogido, enviado, misionado. Y ello aunque la llena de orgullo, también es un compromiso, porque no habla él mismo, sino que habla en el nombre de Dios. Y ahí la dificultad. Los demás tenemos esta posición de poder. Como padre o madre, con respecto a sus hijos. Como patrón, sobre los peones, como síndico, sobre los sindicalizados, como gobernante sobre los gobernados, como “rebelde” sobre los conformistas.

     El profeta tiene a Dios de su lado, sí. Pero Dios le arma basado en la propia naturaleza débil del ser humano. Enviado como “cordero en medio de lobos”.

Incredulidad y testarudez
     El profeta, el verdadero profeta, se enfrenta constantemente a estas dos debilidades humanas: la incredulidad y la testarudez. Incredulidad porque creemos saberlo todo, dominarlo todo, porque nos creemos superiores a Dios en nuestras tradiciones y supersticiones arcaicas y caducas, como decíamos domingos anteriores, queremos enseñarle el Padrenuestro a Cristo. Incredulidad, porque queremos que Dios se manifieste en medio de nosotros con gran poder y gloria, con expresiones maravillosas y fantásticas, porque sólo así soy capaz de creer, cuando lo oculto y lo misterioso se manifiesta de forma mágica: un espíritu que nos habla, un objeto que se mueve, el sol, la luna y las estrellas a nuestros pies… sólo así, cuando Cristo se baje por sí mismo de la Cruz, sólo así creeré en Él y en su Palabra, sólo cuando vea en el pastor y el profeta, o en el agente de pastoral, los estigmas de Cristo, y el sudor de sangre en la oración… qué incrédulos somos ante la grandeza de Dios expresada en la pequeñez y debilidad humana… eso, no lo creemos.

     Y somos testarudos, porque aunque vemos, estamos ciegos, aunque oímos, estamos sordos, aunque caminamos seguimos inválidos. Testarudos, porque nos anclamos en un pasado lúgubre que nos han hecho creer glorioso. Testarudos porque somos convenencieros y de dobles intenciones, me voy con el que me da más, con el que me apadrina en mi pereza e ignorancia. Prefiero al que me “apapacha” que al que me exige. Prefiero al que me presenta a un Dios complaciente, que al que me presenta al amor que reclama amor.

     Sí, ser profeta es maravilloso, hasta que nos enfrentamos a la triste realidad de un cristiano sin pasión, atenido a una fe superficial, ignorante de su Dios; apático ante el dolor de una humanidad que gime por la injusticia, la guerra, y la pobreza extrema.

     Peor todavía, cuando el profeta es “conocido”: cuando el pasado personal, aún y cuando se intente cambiar constantemente, le condena. Somos tan testarudos con ello, su familia, sus orígenes, su procedencia, sus actos fuera de contexto. Tan fácil juzgar, tan difícil escuchar… tan fácil condenar, tan difícil perdonar y confiar en el amor de Dios, y la conversión del hermano…

     Hoy, el Señor nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón a su Palabra, nos invita a una conversión, no moral, no de ser “buenitos”, sino a una verdadera conversión del corazón. La conversión de aquél que reconoce a su Dios aún en la debilidad, que mira el rostro de Jesús en la pobreza y marginación del desvalido. Hoy el Señor nos invita a darnos cuenta que la época de los grandes milagros y grandes manifestaciones ha pasado y que ahora debemos mirar a Dios en los milagros cotidianos de la vida, en su Palabra, y en la debilidad humana que el mismo Dios ha abrazado en su querido Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.

     “¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo reconstruiste el mundo derrumbado, concede a tus fieles una santa alegría, para que, a quienes rescataste de la esclavitud del pecado, nos habas disfrutar el gozo que no tiene fin”.

     Que santa María Virgen, en su advocación de Guadalupe, nos cubra con su manto protector y nos ayude a comprender la misericordia divina, para responderle con el amor obediente del hijo que se sabe rescatado por su Padre celestial.

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 5 de julio de 2015,
14º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B



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