lunes, 6 de julio de 2015

XV Domingo del Tiempo Ordinario: Misión: “Elegidos y Enviados”

"Llamó Jesús a los Doce, y los envió..." (Mc 6,7)


XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Palabra del Día                  
1ª Lectura: Am 7, 12-15. Ve y profetiza a mi pueblo.
Interleccional: Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
2ª Lectura: Ef 1, 3-14. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.
Evangelio: Mc 6, 7-13. Los fue enviando.

En Contexto
     Elegidos y enviados. El mensaje de la liturgia se resume hoy en una palabra: «misión». Dios elige a Amós y lo saca de en medio de sus tareas de pastor para que profetice a la casa de Israel (1 Lect.). Jesús envía a los Doce a predicar la conversión (Ev.). Nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante Él por el amor (2 Lect.) (Misal Diario, Almudi).

Este domingo
En la Oración Colecta, pedimos humildemente al Señor: “que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a cuantos se profesan como cristianos rechazar lo que sea contrario al nombre que llevan y cumplir lo que ese nombre significa…” Es decir, estamos extraviados y necesitamos volver al camino, viviendo con plenitud el verdadero cristianismo que profesamos por la gracia del bautismo. En la Palabra Sagrada de hoy encontramos la respuesta a esta especial súplica.

     La primera lectura nos narra cómo el sacerdote del templo real expulsa al profeta Amós. Él responde que sólo obedece a Dios, quien le dijo: “ve a profetizar en mi nombre a mi pueblo”. San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta un himno cristológico, en el que enumera algunas bendiciones que, como bautizados, recibimos a partir de la presencia de Cristo. En el Evangelio, Jesús envía a los doce a expulsar a los espíritus impuros. Les pide llevar sólo lo indispensable y, si no los reciben, sacudirse los pies como advertencia (Misal Mensual, El Pan de la Palabra, Sociedad de San Pablo, julio de 2015). En el Salmo imploramos al Señor que nos muestre su Misericordia, porque queremos vivir según sus leyes y su Palabra.

“Muéstranos, Señor, tu misericordia”
     Estamos extraviados y necesitamos volver al camino. El Papa Francisco nos ha invitado, en su última encíclica “Alabado seas”, a reflexionar profundamente sobre la situación de “nuestra casa”, cómo el ser humano en esa sensación autosuficiente ha ido destruyendo su propio entorno.

     Y sí, el mundo está enfermo, y gravemente. No se trata de ser extremistas ni dramáticos, tampoco pesimistas, sino realistas; mil problemas nos parten la cabeza día a día, desde los más simples como vestir y vernos bien ante los demás, hasta lo más complejo, la macro economía y las relaciones internacionales, y hasta las “inter-planetarias”. Un mundo que ha avanzado a pasos verdaderamente grandes en la última centuria, cambios que aún no hemos podido asimilar por la rapidez en que éstos se van dando. Dirá el poeta: “lo que fuera ayer ya no es hoy”; así de rápido ha sido el “progreso” humano.

     Lo cierto es que con todo el “optimismo” del progreso y el avance humano, hay ahí afuera, en nuestro mundo, en nuestras calles y plazas un sinfín de “endemoniados” y “espíritus inmundos e impuros”, hay enfermos y alejados, hay marginados y desprestigiados, hay una verdadera y lamentable cultura de la muerte: ahí, donde debiera haber vida, donde debiera haber protección y seguridad, ahí donde la libertad debiera ser la constante de la existencia humana, ahí, justo ahí, es donde más enfermo está el mundo, hay dolor, sufrimiento y muerte. Y lo más grave: tú y yo nos quejamos y nos lamentamos diariamente, y gritamos al cielo la injusticia y el dolor pero, tú y yo, hemos sido partícipes activos de esta degradación y desenfreno. “Progreso” le hemos querido llamar, “modernidad” y hasta “liberación”, pero no ha sido sino plena destrucción, esclavitud, dolor, sufrimiento y muerte.

     ¿Y dónde está Dios? Dios ha sido expulsado de la vida diaria y sólo ha sido relegado, “expatriado”, a un sucio y desvencijado lugar al que llamamos templo y hasta iglesia, un atrio, un jardín olvidado, una lona inservible, una cruz tirada en medio de la nada y hasta un pretexto para la guerra. El “santuario” es el hombre, y el “templo del rey” es el edificio del poder y la opresión, el culto al materialismo, hedonismo y relativismo: tener por tener, sentir bonito y “opinar” sin fundamento queriendo hacer verdad lo que jamás podrá ser la Verdad.

     Por eso, le suplicamos hoy a Dios que los que estamos extraviados podamos volver al camino. Que nos “muestre su amor y su misericordia”, nos de su luz y podamos ver, conocer y amar la Verdad, no sólo como un simple concepto, sino como la realidad que ha de unir a la humanidad entera y a ésta con Dios, Padre, amoroso y misericordioso. 

     Sí, estamos extraviados, pero podemos retomar el camino y volver de la muerte a la vida.

Dios Responde
     Cristo. Ésta es la Gran Respuesta. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Él con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Porque por Cristo somos hijos y somos santos. Dios es nuestro Padre, pues nos ha creado a su imagen y semejanza, racionales, con voluntad y sobretodo, libres; y por lo mismo, como Él, santos por vocación.

     Y en Cristo Jesús, por su Sangre derramada en la cruz, redimidos, salvados y rescatados de la muerte eterna, que destruye y aniquila, hacia el amor y la luz del amor mismo; recibimos el “tesoro de su gracia, sabiduría e inteligencia”, para que, en Cristo mismo lleguemos a la plenitud, teniendo sólo a Él por cabeza.

     Cristo nos hace herederos del Padre, para que “fuéramos alabanza continua de su gloria”, al alcanzar, con su gracia y nuestro esfuerzo, la felicidad original con la que fuimos creados.

     Y por Él y por su Espíritu que se nos ha sido dado, podemos conocer, amar y vivir el Evangelio, que nos conduce a la Verdad: Dios, Padre providente, que nos redime en su Hijo Jesucristo y nos congrega por el Espíritu en un camino de salvación y de vida en abundancia… ¿Qué más hemos de “menester”?

Dios nos llama, instruye y envía…
     Y es verdad, nos recuerda el profeta Amós en el breve relato de su vocación: “Yo no era un profeta, ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me tomó detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve y Profetiza’ a mi pueblo de Israel”. Es decir, yo no lo elegí ni lo busqué, sólo contemplaba mi “destino” en el aquí y ahora; es Él, Dios, quien me ha elegido y me ha tomado de ahí, de mi vida y trabajo cotidiano…

     Luego miramos a Jesús, quien “llamó a los Doce” (este mismo evangelista nos dirá antes que “llamó a los que quiso” Mc 3,13) y los envió a predicar la conversión. Los instruyó en lo que debían hacer: predicar, expulsar demonios, ungir y sanar a los enfermos… es decir, mirar al necesitado y sintiendo como propia su necesidad, en la caridad, ayudar a resolver… pero con una característica que muchos aún no comprendemos, o no queremos comprender, puesto que es muy clara: “Si no los reciben ni los escuchan”, abandonen el lugar… es decir, ante todo libertad. No dice: oblíguenlos, aprésenlos, critíquenlos, júzguenlos, condénenlos, anatemícenlos… ¡no! El Señor nos dice, déjenlos… como diciendo: “ya comprenderán”.

     Jesús los envía a ellos, como a nosotros, a predicar la conversión: no una conversión según la clásica malinterpretación del término… no es un ser “buenitos” o “buenoides”, completamente santos, puros y castos, incorruptos y perfectos, intachables… ¡no, tampoco!, sino verdaderamente humanos, una conversión del corazón; un reconocer el amor y la misericordia de Dios, saberse necesitado de Él, saberse suyo, y saberlo tuyo… Volver tu corazón, es decir, tu persona entera, a Dios, a quien le perteneces y que, por su gracia, te pertenece, tan personal y, a la vez, tan comunitario. Para ti, para mí, para todos nosotros. Así, la conversión también implica ir y compartir toda esta gracia con quien aún no se da cuenta, o que no quiere aceptarlo en su vida.

     ¡Vamos, caminemos juntos!, ésta es nuestra misión: ser profetas, discípulos, misioneros; expulsar los demonios de siempre: el egoísmo, el odio, la envidia, la avaricia, la soberbia, el dolor, la destrucción, la muerte; ungir al enfermo: por eso somos cristianos, porque somos ungidos, porque podemos consolar, animar, aconsejar, amar; y sanar las grandes heridas provocadas por la destrucción en la que hemos participado abusando de nuestra libertad. No podemos quedarnos ahí, parados, inactivos, inmóviles, absortos en nuestro propio yo, apáticos a lo que sucede a nuestro alrededor…

     Somos cristianos, éste es nuestro Nombre; nuestro Apellido, católicos. Cristo para todos. Para ti, para mí, para todos nosotros.

    Hoy le hemos dicho al Padre de amor: “estamos extraviados y queremos volver al camino, concédenos a los que nos profesamos cristianos rechazar lo que sea contrario al nombre que llevamos y cumplir lo que nuestro nombre significa…”

     Somos cristianos y ésta es nuestra misión: somos elegidos y enviados a predicar el Evangelio a toda creatura, a anunciar la liberación del cautivo y a rescatar al oprimido, a sanar los corazones afligidos, a expulsar los demonios y ungir al enfermo… pero sobretodo, llamados, elegidos y enviados a amar… sólo a eso.

     Que santa María siempre Virgen, Madre del Dios por quien se vive, y Madre nuestra, siga intercediendo por nosotros y nos consiga, de parte del Padre, la gracia de ser verdaderos cristianos, profetas de nuestro tiempo, discípulos y misioneros, anunciadores del amor y la misericordia divina, y así, respondamos con el amor obediente del hijo que se sabe rescatado por su Padre celestial.

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 12 de julio de 2015,
15º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B



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