"Llamó Jesús a los Doce, y los envió..." (Mc 6,7) |
XV
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La
Palabra del Día
1ª Lectura: Am 7, 12-15. Ve y profetiza a mi pueblo.
Interleccional: Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
2ª Lectura: Ef 1, 3-14. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el
mundo.
Evangelio: Mc 6, 7-13. Los fue enviando.
En Contexto
Elegidos y enviados. El mensaje de la liturgia
se resume hoy en una palabra: «misión». Dios elige a Amós y lo saca de en medio
de sus tareas de pastor para que profetice a la casa de Israel (1 Lect.). Jesús
envía a los Doce a predicar la conversión (Ev.). Nosotros hemos sido elegidos
antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante Él por el
amor (2 Lect.) (Misal Diario, Almudi).
Este domingo
En la Oración
Colecta, pedimos humildemente al Señor: “que
muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver
al buen camino, concede a cuantos se profesan como cristianos rechazar lo que
sea contrario al nombre que llevan y cumplir lo que ese nombre significa…” Es
decir, estamos extraviados y necesitamos volver al camino, viviendo con plenitud
el verdadero cristianismo que profesamos por la gracia del bautismo. En la
Palabra Sagrada de hoy encontramos la respuesta a esta especial súplica.
La primera lectura nos narra cómo el sacerdote
del templo real expulsa al profeta Amós. Él responde que sólo obedece a Dios,
quien le dijo: “ve a profetizar en mi
nombre a mi pueblo”. San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta un
himno cristológico, en el que enumera algunas bendiciones que, como bautizados,
recibimos a partir de la presencia de Cristo. En el Evangelio, Jesús envía a
los doce a expulsar a los espíritus impuros. Les pide llevar sólo lo
indispensable y, si no los reciben, sacudirse los pies como advertencia (Misal Mensual, El
Pan de la Palabra, Sociedad de San Pablo, julio de 2015). En el Salmo imploramos al Señor que nos muestre su
Misericordia, porque queremos vivir según sus leyes y su Palabra.
“Muéstranos, Señor, tu
misericordia”
Estamos extraviados y necesitamos volver al
camino. El Papa Francisco nos ha invitado, en su última encíclica “Alabado seas”, a reflexionar profundamente
sobre la situación de “nuestra casa”, cómo el ser humano en esa sensación
autosuficiente ha ido destruyendo su propio entorno.
Y sí, el mundo está enfermo, y gravemente. No se
trata de ser extremistas ni dramáticos, tampoco pesimistas, sino realistas; mil
problemas nos parten la cabeza día a día, desde los más simples como vestir y
vernos bien ante los demás, hasta lo más complejo, la macro economía y las
relaciones internacionales, y hasta las “inter-planetarias”. Un mundo que ha
avanzado a pasos verdaderamente grandes en la última centuria, cambios que aún
no hemos podido asimilar por la rapidez en que éstos se van dando. Dirá el
poeta: “lo que fuera ayer ya no es hoy”; así de rápido ha sido el “progreso”
humano.
Lo cierto es que con todo el “optimismo” del progreso
y el avance humano, hay ahí afuera, en nuestro mundo, en nuestras calles y
plazas un sinfín de “endemoniados” y “espíritus inmundos e impuros”, hay
enfermos y alejados, hay marginados y desprestigiados, hay una verdadera y lamentable
cultura de la muerte: ahí, donde debiera haber vida, donde debiera haber
protección y seguridad, ahí donde la libertad debiera ser la constante de la
existencia humana, ahí, justo ahí, es donde más enfermo está el mundo, hay
dolor, sufrimiento y muerte. Y lo más grave: tú y yo nos quejamos y nos
lamentamos diariamente, y gritamos al cielo la injusticia y el dolor pero, tú y
yo, hemos sido partícipes activos de esta degradación y desenfreno. “Progreso”
le hemos querido llamar, “modernidad” y hasta “liberación”, pero no ha sido
sino plena destrucción, esclavitud, dolor, sufrimiento y muerte.
¿Y dónde está Dios? Dios ha sido expulsado de
la vida diaria y sólo ha sido relegado, “expatriado”, a un sucio y desvencijado
lugar al que llamamos templo y hasta iglesia, un atrio, un jardín olvidado, una
lona inservible, una cruz tirada en medio de la nada y hasta un pretexto para
la guerra. El “santuario” es el hombre, y el “templo del rey” es el edificio
del poder y la opresión, el culto al materialismo, hedonismo y relativismo:
tener por tener, sentir bonito y “opinar” sin fundamento queriendo hacer verdad
lo que jamás podrá ser la Verdad.
Por eso, le suplicamos hoy a Dios que los que
estamos extraviados podamos volver al camino. Que nos “muestre su amor y su
misericordia”, nos de su luz y podamos ver, conocer y amar la Verdad, no sólo
como un simple concepto, sino como la realidad que ha de unir a la humanidad
entera y a ésta con Dios, Padre, amoroso y misericordioso.
Sí, estamos extraviados, pero podemos retomar
el camino y volver de la muerte a la vida.
Dios Responde
Cristo. Ésta es la Gran Respuesta. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido en Él con toda clase de bienes espirituales y
celestiales”. Porque por Cristo
somos hijos y somos santos. Dios es nuestro Padre, pues nos ha creado a su imagen
y semejanza, racionales, con voluntad y sobretodo, libres; y por lo mismo, como
Él, santos por vocación.
Y en
Cristo Jesús, por su Sangre derramada en la cruz, redimidos, salvados y
rescatados de la muerte eterna, que destruye y aniquila, hacia el amor y la luz
del amor mismo; recibimos el “tesoro de
su gracia, sabiduría e inteligencia”, para que, en Cristo mismo lleguemos a
la plenitud, teniendo sólo a Él por
cabeza.
Cristo nos hace herederos del Padre, para que “fuéramos
alabanza continua de su gloria”, al alcanzar, con su gracia y nuestro
esfuerzo, la felicidad original con la que fuimos creados.
Y por Él y por su Espíritu que se nos ha
sido dado, podemos conocer, amar y vivir
el Evangelio, que nos conduce a la
Verdad: Dios, Padre providente, que nos redime en su Hijo Jesucristo y nos
congrega por el Espíritu en un camino de salvación y de vida en abundancia… ¿Qué
más hemos de “menester”?
Dios nos llama, instruye
y envía…
Y es verdad, nos recuerda el profeta Amós en
el breve relato de su vocación: “Yo no
era un profeta, ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor
me tomó detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve
y Profetiza’ a mi pueblo de Israel”. Es decir, yo no lo elegí ni lo
busqué, sólo contemplaba mi “destino” en el aquí y ahora; es Él, Dios, quien me
ha elegido y me ha tomado de ahí, de mi vida y trabajo cotidiano…
Luego miramos a Jesús, quien “llamó a los Doce” (este mismo evangelista nos
dirá antes que “llamó a los que quiso”
Mc 3,13) y los envió a predicar la
conversión. Los instruyó en lo que
debían hacer: predicar, expulsar demonios, ungir y sanar a los enfermos… es
decir, mirar al necesitado y sintiendo como propia su necesidad, en la caridad,
ayudar a resolver… pero con una característica que muchos aún no comprendemos,
o no queremos comprender, puesto que es muy clara: “Si no los reciben ni los escuchan”, abandonen el lugar… es decir,
ante todo libertad. No dice: oblíguenlos,
aprésenlos, critíquenlos, júzguenlos, condénenlos, anatemícenlos… ¡no! El Señor
nos dice, déjenlos… como diciendo: “ya
comprenderán”.
Jesús los envía
a ellos, como a nosotros, a predicar la
conversión: no una conversión según la clásica malinterpretación del término…
no es un ser “buenitos” o “buenoides”, completamente santos, puros y castos,
incorruptos y perfectos, intachables… ¡no, tampoco!, sino verdaderamente
humanos, una conversión del corazón;
un reconocer el amor y la misericordia de Dios, saberse necesitado de Él,
saberse suyo, y saberlo tuyo… Volver tu corazón, es decir, tu persona entera, a
Dios, a quien le perteneces y que, por su gracia, te pertenece, tan personal y,
a la vez, tan comunitario. Para ti, para mí, para todos nosotros. Así, la
conversión también implica ir y compartir toda esta gracia con quien aún no se da
cuenta, o que no quiere aceptarlo en su vida.
¡Vamos, caminemos juntos!, ésta es nuestra
misión: ser profetas, discípulos, misioneros; expulsar los demonios de siempre:
el egoísmo, el odio, la envidia, la avaricia, la soberbia, el dolor, la destrucción,
la muerte; ungir al enfermo: por eso somos cristianos, porque somos ungidos,
porque podemos consolar, animar, aconsejar, amar; y sanar las grandes heridas
provocadas por la destrucción en la que hemos participado abusando de nuestra
libertad. No podemos quedarnos ahí, parados, inactivos, inmóviles, absortos en
nuestro propio yo, apáticos a lo que sucede a nuestro alrededor…
Somos cristianos,
éste es nuestro Nombre; nuestro Apellido, católicos. Cristo para todos. Para ti, para mí, para todos
nosotros.
Hoy le hemos dicho al Padre de amor: “estamos extraviados
y queremos volver al camino, concédenos
a los que nos profesamos cristianos
rechazar lo que sea contrario al nombre
que llevamos y cumplir lo que nuestro
nombre significa…”
Somos cristianos y ésta es nuestra misión:
somos elegidos y enviados a predicar el Evangelio a toda creatura, a anunciar
la liberación del cautivo y a rescatar al oprimido, a sanar los corazones
afligidos, a expulsar los demonios y ungir al enfermo… pero sobretodo,
llamados, elegidos y enviados a amar… sólo a eso.
Que santa María siempre Virgen, Madre del Dios
por quien se vive, y Madre nuestra, siga intercediendo por nosotros y nos
consiga, de parte del Padre, la gracia de ser verdaderos cristianos, profetas
de nuestro tiempo, discípulos y misioneros, anunciadores del amor y la
misericordia divina, y así, respondamos con el amor obediente del hijo que se
sabe rescatado por su Padre celestial.
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Amén.
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 12 de julio de 2015,
15º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B
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