miércoles, 3 de junio de 2015

Corpus Christi: Pan de Vida, Alianza Eterna


Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo
La Palabra del Día
·         1ª Lectura: Ex 24, 3-8. Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros.
·         Interleccional: Sal 115. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
·         2ª Lectura: Hb 9, 11-15. La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia.
·         Evangelio: Mc 14, 12-16. 22-26. Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

La Solemnidad
   Eucaristía es Alianza, Banquete, Memorial y Sacrificio. Dios hizo una alianza en el monte Sinaí con su pueblo y este prometió cumplir su voluntad (1 Lect.). Banquete: Jesús en la Cena pascual instituyó la eucaristía como nueva y eterna alianza (Ev.). También es Memorial, en tanto que al revivir este acontecimiento, invocamos el nombre del Señor, puesto que así nos libera nuevamente (Salmo). El sacrificio de Cristo borra los pecados y nos lleva al verdadero culto (2 Lect.). (Misal Diario, Almudi.org). El Cuerpo y la Sangre del Señor nos purifican de todos nuestros pecados y nos dan la vida haciendo real y visible la alianza de Amor del Señor. (Misal Diario, Pan de la Palabra).

El Cuerpo de Cristo y su Sangre: Eucaristía
Los cristianos-católicos tenemos una realidad sobrenatural muy especial. Se trata de un regalo a la vez espiritual y material. La Eucaristía, el sacramento de nuestra fe. Eucaristía que también significa “Agradecimiento, Acción de Gracias”. Se trata entonces de la actualización, es decir, traer al hoy, revivir, el momento sacratísimo en que “Cristo, nuestra Pascua, se inmola”, se sacrifica a sí mismo para la salvación de muchos (ya hemos dicho que ese “muchos” implica “todos”). Como en antiguo, Jesús ofrece ya no la sangre de un animal, para ofrecer su propia vida, su Cuerpo, signo de todo lo material, signo del universo mismo, el polvo de la tierra y el agua, que mezclados son el “lodo” síntesis de todo lo creado, para formar algo nuevo: el ser humano. Y también ofrece su Sangre, signo de aquél soplo divino que nos dio vida, sólo que esta vez la vida se nos otorga en abundancia, eterna. Y todo por amor. No hay otra razón.

     Este Acontecimiento lo celebramos día a día, cada vez que un ministro ordenado celebra con nosotros y preside la Santa Misa. De modo muy especial el domingo, día del Señor. Nos preparamos, charlamos con Dios a través de su Palabra, ofrecemos los dones de nuestra propia vida, simbolizada en los frutos de nuestro trabajo, para que, ya en el altar, el Sacerdote los consagre al Señor y realice ese milagro y misterio supremo de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, para después de elevar súplicas, agradecimientos y oraciones podamos unirnos como una gran familia aclamando a Dios como nuestro Padre que está en el Cielo, y uniéndonos a Cristo y a toda la Iglesia Universal por medio de la Sagrada Comunión, el momento en que nos hacemos uno con Cristo: un solo Dios, un solo pueblo, un solo corazón, una sola fe.

     Ya lo hemos dicho antes: Eucaristía que es Alianza (trato y contrato con Dios), Banquete (Un solo pan, bajado del Cielo, que compartimos en la unidad), Memorial (renovación, real, suprema y efectiva de nuestro rescate y salvación) y Sacrificio (Ofrecimiento a Dios de algo tan estimable para nosotros, que entregamos por amor al que nos ama).

Dos alianzas, Una Sola Alianza
     La Sagrada Escritura nos reporta varias alianzas de las que destacan dos fundamentales: una con el pueblo que Él mismo ha elegido para sí, para hacer patente su poder, su amor y su misericordia; un pueblo con el que establece una relación muy clara: “Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo”, que se sella con un decálogo al que el pueblo responde: “Obedeceremos, haremos lo que el Señor nos pide”. Se trata de una alianza que marca el caminar y la historia particular de este pueblo, y que parte justamente de un acontecimiento liberador: de la esclavitud a la libertad. Pero es una alianza temporal, preparatoria, por así decirlo, de una Alianza nueva y eterna, única.
Para luego, en el culmen de la historia, Dios mismo, ya no a través de un hombre –Moisés- sino por Él mismo, Jesucristo que es el Verbo Encarnado, el Dios-con-nosotros, quien establece este pacto fundamental ya no con un solo pueblo, sino con la humanidad entera que, a partir de ese momento es el Pueblo de Dios por excelencia.

     Ya no es solamente un “yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo” sino un “por amor te he liberado de una esclavitud más cruel y destructiva, la Esclavitud del Pecado que ha producido en ti, ser humano, la peor de las destrucciones, la Muerte; estás liberado y sólo tienes que, en tu libertad, aceptarlo y vivir como persona libre, sin ataduras”.

     La Alianza Nueva y Eterna que se establece de una buena vez y para siempre. Dios mismo se ha inmolado a sí mismo para nuestra salvación. Ya no son necesarios mayores sacrificios.

El Banquete de la Cena del Señor
     Y ambas alianzas se dan en el contexto de banquetes. La comida familiar que nos une, que nos ayuda a convivir, a encontrarnos en el amor con el Amor.

     Y vaya que los mexicanos somos “amantísimos” de las comidas y, casi en toda reunión siempre está presente el elemento comida, que implica también un compartir lo mío contigo. Y quizá esté aquí la esencia del “banquete”: compartir la vida misma, el fruto del trabajo del hombre que no es exclusivamente mío, sino que te lo participo y te invito a que tú también lo hagas tuyo. El compartir la comida es así: doy de mí para ti. Creo que en México, como en muchas partes del mundo, después de la ofensa materna, la segunda peor ofensa es rechazar sin motivo este compartir los alimentos.

     Por eso, estas alianzas, y con más claridad todavía la Alianza Nueva y Eterna se presentan dentro de un banquete y se convierten en un banquete, más espiritual, más puro y más cercano a Dios. Ya no es inmolar y destazar un cordero para compartir, sino Dios mismo que se ofrece como alimento eterno, celestial, espiritual y puro, para concedernos lo que el alimento debe proveernos, sanidad.

     Desde la fe, esta sanidad implica vida en la santidad y para la santidad. Por eso, Cristo, el Señor, se ofreció a sí mismo: para que tú y yo tengamos vida y la tengamos en abundancia, y así podamos alcanzar nuestra felicidad, la santidad. Santidad que no se logra de la noche a la mañana, y que tampoco consiste en ser “buenito”, sino en vivir un proceso constante de conversión en el amor y para el amor.

El Memorial del Amor
     De aquí que podamos afirmar que la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo ofrecidas en sacrificio por nuestra salvación, sea entonces un Memorial. Memorial es algo más real y complejo que un simple recuerdo. Recordar es traer a mi mente la imagen de aquél suceso que ha dejado una huella, buena o mala, en mí.

     Memorial es actualizar, hacer real, nuevo y nuevamente un acontecimiento, y en este caso el Acontecimiento Salvífico. Esto es, al celebrar la Eucaristía, no estamos recordando los hechos y dichos de Jesús para salvarnos, sino que los estamos viviendo nuevamente, en la realidad, en el aquí y ahora. No se trata solamente de un evento perdido en la historia lejana y arcana de la humanidad, sino algo que está sucediendo hoy. Ahí en el altar, cada vez que celebramos la Eucaristía, “cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz” Cristo se vuelve a ofrecer en sacrificio por nuestra salvación.

     Por lo tanto, celebrar la Eucaristía, la Santa Misa, no es solamente un precepto, una ley, o un rito absurdo hoy día. Sino una vivencia que nace desde lo más hondo de nuestro ser y desde el fundamento mismo de nuestra vida. Celebrar la Eucaristía no es sólo seguir una serie de ritos y formas muchas veces aburridas e incomprensibles, sino un Celebrar realmente, festejar la Vida,  dar “rienda suelta” al Amor, vivir una vez más el gran Acontecimiento de la Salvación “en el que Cristo, nuestra Pascua, se inmola” por amor, por nosotros.

El Sacrificio de nuestra salvación
    Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, sacrificado. De ahí esta realidad innegable de lo que es la Eucaristía, sin la cual no hay perfecta Eucaristía. El Sacrificio de Cristo. Fundamental, necesario, absoluto. Sin ello, sin el Sacrificio, no habría habido ni Pasión, ni Muerte en la Cruz y mucho menos Resurrección. No habría salvación alguna. Es Sacrificio porque Cristo, nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre es el único sacrifico verdaderamente puro agradable al Señor, nuestro Dios, y lo único que satisface el pecado cometido, que nos ha condenado a la muerte de la que hemos sido rescatados, en el amor y por el amor. Así sea.



Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, jueves 4 de junio de 2015

Solemnidad de Corpus Christi.

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