"...Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre..." (Mt 16,17) |
Confesión de fe
Desde la Realidad
Este
año, una vez más, como cada año, celebraremos juntos nuestra Fiesta Patronal.
Seguramente los Delegados-Mayordomos ya estarán preparando los pormenores: La
feria, las actividades culturales y deportivas, la procesión, el adorno del templo,
etc. Y seguramente muchos habitantes de nuestro pueblo y comunidad estarán
ansiosos de festejar, otro año más, esta festividad.
¡Qué
bien! Pero…
Hace
dos años, durante nuestro novenario, reflexionamos sobre la vida y obra de
nuestro santo patrono, San Pedro Apóstol, con la intención de conocerlo un poco
más. Luego, hace un año volvimos a reflexionar, junto con San Pedro, sobre lo
que implica ser Comunidad de fe y de vida.
Supongo
que muchos no han de recordar mucho de lo que meditamos en aquellas ocasiones.
A lo mejor, ni asistieron al novenario o, probablemente sí asistieron pero más
por convivir con los vecinos y amigos que por tener un encuentro sencillo con
Dios por intercesión de San Pedro. Vale, no importa, Dios, en su infinito amor,
siempre nos da nuevas oportunidades para nuestra conversión, y para vivir cada
día mejor lo que Él quiere de nosotros: nuestra felicidad.
Por
eso, muchos decimos que creemos, que somos cristianos-católicos, que vamos a la
Iglesia, que oímos Misa y rezamos rosarios cada vez que un familiar fallece. Pero,
¿realmente conocemos nuestra fe y su fundamento? ¿En qué creemos entonces? O,
acaso ¿seguimos fomentando una fe de tradiciones y muy superficial, cómoda y
muchas veces incoherente? A lo mejor sólo la reducimos a ser muy devotos de San
Pedrito y sus llaves, y claro, de la Virgencita de Guadalupe, reducida a un
“Cuídame, plis”…
Ante
esta realidad que muchos cristianos vivimos… ¿Qué podemos hacer? ¿Qué actitudes
serían las más correctas y válidas? ¿Es posible purificar nuestra fe en Dios y
en sus grandes Misterios?
Proclamación de la Palabra
Escuchen
hermanos la lectura del santo Evangelio según San Mateo:
13 Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús
preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». 14 Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas». 15
Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». 16 Simón Pedro tomó
la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
17 Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo
de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos. 18 Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. 19 Te daré las llaves
del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos,
y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
20 Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que
él era el Mesías.
Reflexionemos
Es
cierto, “esto no nos ha sido revelado ni por la carne ni por la sangre”, es
decir, esto no es una mera tradición o invento humano. Así de simple es
profesar nuestra fe, admitirla: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”…
Así
de simple, pero también, una afirmación tan compleja, porque no es sólo de
palabra, sino que requiere una experiencia de vida.
¿Cuál
es tu experiencia de Dios? San Pedro, evidentemente, vivió con Jesucristo al
menos unos tres años. Escuchó sus enseñanzas, lo vio curar enfermos y expulsar
demonios, fue testigo de sus hechos y dichos… lo miró a los ojos, escuchó su
voz, lo pudo tocar, convivir y comer con Él. Alguna vez hasta lo “discutió” con
Él. Muchas veces no logró comprender la verdadera dimensión y la profundidad de
las enseñanzas de Jesús. ¡Y eso que vivió con Él!
Nosotros,
a dos mil años del acontecimiento llamado Cristo; nosotros que ni lo hemos
visto, ni hemos convivido ni compartido nuestras vidas con Él, ¡qué duro y
difícil la tenemos! Porque sólo nos ha llegado a nosotros su Palabra puesta por
escrito por aquéllos que vivieron con Él o por aquéllos que, al menos,
convivieron con quienes le conocieron en vida.
Pero,
¿sabes? Sí que lo hemos visto y sí que hemos convivido con Él. Cada día, en el
encuentro fraternal entre nosotros, en la oración, en la Santa Misa, en el
momento de comulgar su Cuerpo y su Sangre… ¿Te has dado cuenta? Pues, si dejas
al Espíritu Santo actuar sobre ti, e inspirarte este gozo de experiencia,
podrás darte cuenta.
Profesar
nuestra fe, como lo hizo un día san Pedro, no es sólo maravillarnos por
milagros pasajeros, ni sólo rezar de “dientes pa’ fuera” Padrenuestros y
Avemarías, o sólo oír Misa entera los domingos. No. Profesar nuestra fe es
experienciar la Vida en Cristo. Saber que Cristo es verdad, es realidad, está
aquí y ahora entre nosotros… profesar nuestra fe es tener un profundo y amoroso
encuentro con Jesús, el Mesías, el Hijo del Dios vivo”…
¿Cómo
hacerle? ¿Cómo renovar nuestra fe, sí, guiados por San Pedro y Santa María
Virgen? ¿Cuáles han de ser nuestras actitudes diarias que renueven nuestra fe
para poder dar testimonio del amor de Dios?
Catequesis
Petrinas, 2015
San Pedro y el
Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum
Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2015
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