"¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza..." (Mc 4,30-31) |
XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La Palabra del Día
1ª Lectura: Ez 17, 22-24. Ensalzo los árboles
humildes.
Interleccional: Sal 91. Es bueno darte gracias, Señor.
2ª Lectura: 2Co 5, 6-10. En destierro o en
patria, nos esforzamos en agradar al Señor.
Evangelio: Mc 4, 26-34. Era la semilla más
pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas.
En Contexto
El
crecimiento de la semilla. Remidamos los domingos del tiempo ordinario. El
profeta y Jesús hablan en parábolas. Ezequiel ensalza los árboles humildes (1
Lect). Jesús habla de la semilla más pequeña que crece y se hace arbusto (Ev.).
Pablo nos habla que hemos de agradar siempre al Señor (2 Lect.). (Misal Diario, Almudi).
Este domingo
El
tiempo ordinario lo abrimos reflexionando sobre la Santísima Trinidad. Pero,
conviene quizás hacer algunas breves aclaraciones que nos ayuden a mirar el contexto
completo de lo que la Liturgia de la Palabra nos ofrece durante la Celebración
Eucarística.
Una
de las intenciones de la Liturgia de la Palabra dentro de la Santa Misa
Dominical es que al término de los tres ciclos de lecturas, tengamos una visión
general de la Sagrada Escritura. La Santa Biblia, o Sagrada Escritura, al ser
el Libro de nuestra vida y nuestra fe por excelencia, es el texto en el que se
basa toda nuestra fe, es el modo específico en cómo Dios se revela a la
humanidad, además de la Tradición Sagrada.
Pero
los cristianos, de modo específico, tenemos el Nuevo Testamento que contiene la
Revelación fundamental de nuestra fe: Dios mismo, hecho hombre y Palabra
Encarnada en la sagrada Persona divina del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Él
mismo se dirige a nosotros de diversos modos: ya por sus milagros o signos, ya
por sus discursos y por sus parábolas, principalmente.
Por
eso, hoy, la Liturgia nos ofrece con gran sabiduría una invitación muy especial
a estar atentos justamente a esta Palabra divina y sagrada que nos alecciona,
nos enseña y nos corrige con gran amor para que, conociendo la voluntad de Dios
con claridad, podamos más fácilmente alcanzar ese excelente fin al que Dios
mismo nos llama y para el cual nos ha creado, es decir, la felicidad que
identificamos con la Santidad.
“¡Oh
Dios!, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el
hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para
guardar tus mandamientos y agradarte con nuestras acciones y deseos”. Así hemos
rezado en la oración Colecta del día de hoy. De una u otra forma, la Palabra
Divina es justamente esa gracia que estamos solicitando, y que nos ayudará a
guardar los mandamientos del Señor –su voluntad- y así, poderle “agradar con
nuestras acciones y deseos”.
El Reino de los Cielos y la Palabra de Dios
El tema central de hoy es “el Reino de los
Cielos y la Palabra divina”. Hay una relación muy íntima entre ambas
realidades. Jesús, que es Dios, se encarna “habitando entre nosotros”, y nos
predica la llegada e instauración del Reino de los Cielos, nos invita a creer
firmemente en esta Buena Nueva… y nos llama a la conversión.
Para
lograr esto, es preciso que nos demos cuenta de su acción diaria en nuestra
vida. El Reino de los Cielos no aparece de la nada; hay que construirlo, con
empeño, con voluntad, con amor… la vía: La Palabra de Dios, encarnada, y
transmitida a nosotros por la predicación apostólica, consignada en la Sagrada
Escritura, Nuevo Testamento, en un ambiente muy concreto: el gran pueblo de
Dios que es, ayer, hoy y siempre, la Iglesia.
Es
decir, Jesús, pasando por el mundo “haciendo el bien”, predicando, sanando,
expulsando los demonios, viviendo entre nosotros, padeciendo, muriendo en la
Cruz y resucitando, siembra la semilla de la fe.
Ya
desde antiguo, el profeta Ezequiel habla del proceso de esta siembra: cortar
una rama de cedro (una de las maderas más preciosas, y fuertes) para plantarla
en lo alto de la montaña, la montaña de Dios, donde todo mundo pueda verla. Algunos
lo interpretan como la cruz sobre el monte del Calvario. Para otros, sería
justamente el Pueblo de Dios ese cedro enorme, hermoso, que echa ramas altas,
donde las aves construyen sus nidos, porque en él se sienten protegidas.
Así debiera
ser la realidad del Reino, así debiéramos edificarlo a través de la Iglesia
misma, no como institución meramente humana, defectuosa, pecadora, sino como
esa asamblea santa, como ese lugar especial donde poner el nido, donde sentirse
seguro, recibido, amado.
Jesús lo compara con la semilla de mostaza, una
semilla pequeña, ínfima, que genera un gran arbusto, y que da sombra, y también donde las aves ponen sus nidos.
Y aquí
está nuestra misión eclesial: construir este Reino desde sus bases, en la
escucha atenta de la Palabra sagrada, y en su puesta en práctica, en lo
cotidiano, en lo más sencillo, en tu propia familia, en tu calle, tu comunidad,
con los que están cerca de ti. La planta no crece sola, ciertamente Dios cuidad
de ella de tal forma que apenas nos damos cuenta de su crecimiento; pero también
estamos llamados desde el principio de la creación a cooperar con la Providencia
Divina, sometiendo la creación entera, esto es, cuidándola, haciendo buen uso
de ella, procurando no extinguirla, sino hacerla fructificar día a día.
Jesús
nos da la clave en todo su mensaje: el amor debe ser el principal abono para
que el árbol de la fe sea una realidad entre nosotros. Basta pues de palabras y
quejas. La acción en el amor, sin odios, sin deseos de venganza, sin envidia ni
avaricia, disfrutando lo noble del momento, sí, pero sin "atrangantarnos" con el
placer infructuoso.
Y
sobre todo, hermano, hermana, viviendo la voluntad de Dios en nuestra vida según
la sabiduría divina, consignada en la Santa Biblia… leámosla, que forme parte
de nuestra vida diaria, en la intimidad de tu habitación, en tu familia, con tu
comunidad, con la Iglesia entera. De la semilla de la Palabra nace la fe y se
edifica el Reino de Dios… ¿Lo intentamos?
En el
Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya
Trejo, domingo 14 de junio de 2015
11º Domingo del Tiempo
Ordinario, ciclo B
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