viernes, 12 de junio de 2015

XI Domingo del Tiempo Ordinario: Palabra: Semilla; Fruto: el Reino de los Cielos

"¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza..." (Mc 4,30-31)

XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Palabra del Día

1ª Lectura: Ez 17, 22-24. Ensalzo los árboles humildes.
Interleccional: Sal 91. Es bueno darte gracias, Señor.
2ª Lectura: 2Co 5, 6-10. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor.
Evangelio: Mc 4, 26-34. Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas.

En Contexto

El crecimiento de la semilla. Remidamos los domingos del tiempo ordinario. El profeta y Jesús hablan en parábolas. Ezequiel ensalza los árboles humildes (1 Lect). Jesús habla de la semilla más pequeña que crece y se hace arbusto (Ev.). Pablo nos habla que hemos de agradar siempre al Señor (2 Lect.). (Misal Diario, Almudi).

Este domingo

El tiempo ordinario lo abrimos reflexionando sobre la Santísima Trinidad. Pero, conviene quizás hacer algunas breves aclaraciones que nos ayuden a mirar el contexto completo de lo que la Liturgia de la Palabra nos ofrece durante la Celebración Eucarística.

     Una de las intenciones de la Liturgia de la Palabra dentro de la Santa Misa Dominical es que al término de los tres ciclos de lecturas, tengamos una visión general de la Sagrada Escritura. La Santa Biblia, o Sagrada Escritura, al ser el Libro de nuestra vida y nuestra fe por excelencia, es el texto en el que se basa toda nuestra fe, es el modo específico en cómo Dios se revela a la humanidad, además de la Tradición Sagrada.

     Pero los cristianos, de modo específico, tenemos el Nuevo Testamento que contiene la Revelación fundamental de nuestra fe: Dios mismo, hecho hombre y Palabra Encarnada en la sagrada Persona divina del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Él mismo se dirige a nosotros de diversos modos: ya por sus milagros o signos, ya por sus discursos y por sus parábolas, principalmente.

     Por eso, hoy, la Liturgia nos ofrece con gran sabiduría una invitación muy especial a estar atentos justamente a esta Palabra divina y sagrada que nos alecciona, nos enseña y nos corrige con gran amor para que, conociendo la voluntad de Dios con claridad, podamos más fácilmente alcanzar ese excelente fin al que Dios mismo nos llama y para el cual nos ha creado, es decir, la felicidad que identificamos con la Santidad.

    “¡Oh Dios!, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con nuestras acciones y deseos”. Así hemos rezado en la oración Colecta del día de hoy. De una u otra forma, la Palabra Divina es justamente esa gracia que estamos solicitando, y que nos ayudará a guardar los mandamientos del Señor –su voluntad- y así, poderle “agradar con nuestras acciones y deseos”.

El Reino de los Cielos y la Palabra de Dios

     El tema central de hoy es “el Reino de los Cielos y la Palabra divina”. Hay una relación muy íntima entre ambas realidades. Jesús, que es Dios, se encarna “habitando entre nosotros”, y nos predica la llegada e instauración del Reino de los Cielos, nos invita a creer firmemente en esta Buena Nueva… y nos llama a la conversión.

     Para lograr esto, es preciso que nos demos cuenta de su acción diaria en nuestra vida. El Reino de los Cielos no aparece de la nada; hay que construirlo, con empeño, con voluntad, con amor… la vía: La Palabra de Dios, encarnada, y transmitida a nosotros por la predicación apostólica, consignada en la Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, en un ambiente muy concreto: el gran pueblo de Dios que es, ayer, hoy y siempre, la Iglesia.

     Es decir, Jesús, pasando por el mundo “haciendo el bien”, predicando, sanando, expulsando los demonios, viviendo entre nosotros, padeciendo, muriendo en la Cruz y resucitando, siembra la semilla de la fe.

     Ya desde antiguo, el profeta Ezequiel habla del proceso de esta siembra: cortar una rama de cedro (una de las maderas más preciosas, y fuertes) para plantarla en lo alto de la montaña, la montaña de Dios, donde todo mundo pueda verla. Algunos lo interpretan como la cruz sobre el monte del Calvario. Para otros, sería justamente el Pueblo de Dios ese cedro enorme, hermoso, que echa ramas altas, donde las aves construyen sus nidos, porque en él se sienten protegidas.

     Así debiera ser la realidad del Reino, así debiéramos edificarlo a través de la Iglesia misma, no como institución meramente humana, defectuosa, pecadora, sino como esa asamblea santa, como ese lugar especial donde poner el nido, donde sentirse seguro, recibido, amado.

     Jesús lo compara con la semilla de mostaza, una semilla pequeña, ínfima, que genera un gran arbusto, y que da sombra, y también donde las aves ponen sus nidos.

     Y aquí está nuestra misión eclesial: construir este Reino desde sus bases, en la escucha atenta de la Palabra sagrada, y en su puesta en práctica, en lo cotidiano, en lo más sencillo, en tu propia familia, en tu calle, tu comunidad, con los que están cerca de ti. La planta no crece sola, ciertamente Dios cuidad de ella de tal forma que apenas nos damos cuenta de su crecimiento; pero también estamos llamados desde el principio de la creación a cooperar con la Providencia Divina, sometiendo la creación entera, esto es, cuidándola, haciendo buen uso de ella, procurando no extinguirla, sino hacerla fructificar día a día.

     Jesús nos da la clave en todo su mensaje: el amor debe ser el principal abono para que el árbol de la fe sea una realidad entre nosotros. Basta pues de palabras y quejas. La acción en el amor, sin odios, sin deseos de venganza, sin envidia ni avaricia, disfrutando lo noble del momento, sí, pero sin "atrangantarnos" con el placer infructuoso.

     Y sobre todo, hermano, hermana, viviendo la voluntad de Dios en nuestra vida según la sabiduría divina, consignada en la Santa Biblia… leámosla, que forme parte de nuestra vida diaria, en la intimidad de tu habitación, en tu familia, con tu comunidad, con la Iglesia entera. De la semilla de la Palabra nace la fe y se edifica el Reino de Dios… ¿Lo intentamos?

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 14 de junio de 2015
11º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B


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