"Reciban el Espíritu Santo..." (Jn 20,22) |
El Espíritu Santo y la Misión
Desde la Realidad
¡Vaya!
Con lo de ayer, pareciera que es muy difícil ser verdaderamente cristiano.
Miremos una vez más nuestra realidad.
Si
llega alguien y te pregunta tu religión, seguramente afirmarás, en voz muy
bajita, casi con mucha pena, que eres “católico”. ¡Vamos, que ni siquiera dices
“cristiano”! porque para muchos, “cristiano” se refiere a “protestantes”. ¡Qué
gran error!
Pero,
¿de dónde sacas que tú eres “católico”? Ah, muy simple: dices que eres católico
porque tú sí vas a Misa (bueno, no siempre, de vez en cuando: cuando te nace,
cuando te acuerdas, o cuanto te invitan al bautizo, o a la boda, o a los quince
años, o a la “presentación” de tres añitos). Dices que tú eres católico, porque
tú sí rezas el Rosario (bueno, sólo cuando hay un “difunto bien muerto”). Dices
que tú eres católico, porque tú sí crees en la Virgencita de Guadalupe, (eh, no
te hagas, si bien que pides la Misa cada 12 de diciembre, en tu casa o en tu
capillita, y hasta contratas mariachis, y haces tamales y “pachanga”, que aquí
empieza el gran maratón “Guadalupe-Reyes-La Candelaria”).
Pero,
¿a esto se reduce el ser “católico”? o, ¿sólo en esto consiste ser “católico”?
Qué
sucede con aquello de “ámense los unos a los otros, como yo los he amado”, o
con aquello de “ama a tu enemigo”, o aquello de “perdona hasta setenta veces
siete”, o aquello de “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos”… o peor, qué de aquello de “carga tu cruz y sígueme”
La
respuesta clásica que he escuchado: “¡’No’ombre’!
Si eso es sólo para los curas y las viejas beatas”… ¿Será?
Probemos
con la Palabra divina que hoy se nos ofrece.
Proclamación de la Palabra
Escuchen
hermanos la lectura del santo Evangelio según San Juan:
19
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». 20 Y, diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor.
21
Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los
envío yo». 22
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonen
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan sin
perdonar».
Reflexionemos
En
cierta forma, este pasaje evangélico nos manifiesta algo de la misión de la
Iglesia, algo de lo que implica ser “Cristiano-Católico”, que es lo que somos
(que no se nos olvide que somos miembros de la Iglesia que es Una, Santa,
Católica y Apostólica).
Primero,
se trata de un encuentro muy especial e íntimo, “a puerta cerrada” con Jesús
Resucitado; encuentro que provoca en nosotros asombro y alegría. El cristiano
debe ser capaz de asombrarse de la presencia de Dios entre nosotros, y debe ser
alegre, porque ha de compartir la “alegría del evangelio”, la alegría de ser
hijo del Dios vivo, “por quien se vive”.
Este
encuentro, además, nos trae la paz. Una paz que no es lo contrario de la
guerra, sino la capacidad humana, donación divina, de hallar su todo, su
seguridad y su salvación en Dios, que ama, perdona y salva. Un Dios de
misericordia.
Y es
entonces cuando recibimos el gran regalo de Cristo: “Reciban el Espíritu
Santo”… sí, este gran desconocido. Pedro lo recibió ese día, el día de la
Resurrección justamente. Se trata del mismo Espíritu del que proclamamos en el
Credo: “Señor y dador de vida”. El Espíritu de Dios que anima, ilumina, inspira,
consuela pero, sobretodo, da vida. Y nos invita a una de las máximas muestras
de amor: “a quien le perdonen los pecados le quedarán perdonados”… una
bendición la que está llamado a compartir el cristiano-católico. El don del
perdón nacido del amor. Un perdón que más que olvidar la falta o la ofensa, la
sana, ayuda a asimilarla y a seguir adelante a pesar de las heridas, las que
provocamos y las que nos infringen.
Perdonar
es el fruto del amor. El que ama perdona, el que perdona bendice, el que bendice
salva. ¿Amas realmente a tu prójimo, a tu semejante? Entonces perdona y pide
perdón. La bendición consiste en que la amar y perdonar, abres las puertas del
paraíso al hermano.
De lo
contrario “a quienes no perdones, no serán perdonados”, es la maldición que
hemos de evitar. Si tú no eres capaz de amar, jamás serás capaz de perdonar, y
por lo tanto nunca sanarás ni ayudarás a otros a sanar junto contigo,
continuando el terrible círculo vicioso de la violencia, la delincuencia y la
cultura de la muerte que impera hoy en día a nuestro alrededor, en nuestra
propia patria, en nuestro pueblo, en nuestras calles, y que destroza nuestras
familias y, por lo tanto, nuestra vida… así de grave es la falta de perdón.
Si no
perdonas, no salvas, condenas. Y la condenación es la extinción de nuestro
propio ser.
El
Espíritu Santo, como a San Pedro, nos invita a vivir esta misión, este servicio
a los demás a través del amor y del perdón.
¿Puedes
decirnos cómo?
Catequesis
Petrinas, 2015
San Pedro y el
Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum
Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2015
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