domingo, 21 de junio de 2015

Catequesis Petrinas 2015, 02: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-23)

"Reciban el Espíritu Santo..." (Jn 20,22)

El Espíritu Santo y la Misión

Desde la Realidad

¡Vaya! Con lo de ayer, pareciera que es muy difícil ser verdaderamente cristiano. Miremos una vez más nuestra realidad.

     Si llega alguien y te pregunta tu religión, seguramente afirmarás, en voz muy bajita, casi con mucha pena, que eres “católico”. ¡Vamos, que ni siquiera dices “cristiano”! porque para muchos, “cristiano” se refiere a “protestantes”. ¡Qué gran error!

     Pero, ¿de dónde sacas que tú eres “católico”? Ah, muy simple: dices que eres católico porque tú sí vas a Misa (bueno, no siempre, de vez en cuando: cuando te nace, cuando te acuerdas, o cuanto te invitan al bautizo, o a la boda, o a los quince años, o a la “presentación” de tres añitos). Dices que tú eres católico, porque tú sí rezas el Rosario (bueno, sólo cuando hay un “difunto bien muerto”). Dices que tú eres católico, porque tú sí crees en la Virgencita de Guadalupe, (eh, no te hagas, si bien que pides la Misa cada 12 de diciembre, en tu casa o en tu capillita, y hasta contratas mariachis, y haces tamales y “pachanga”, que aquí empieza el gran maratón “Guadalupe-Reyes-La Candelaria”).

     Pero, ¿a esto se reduce el ser “católico”? o, ¿sólo en esto consiste ser “católico”?

     Qué sucede con aquello de “ámense los unos a los otros, como yo los he amado”, o con aquello de “ama a tu enemigo”, o aquello de “perdona hasta setenta veces siete”, o aquello de “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”… o peor, qué de aquello de “carga tu cruz y sígueme”

     La respuesta clásica que he escuchado: “¡’No’ombre’! Si eso es sólo para los curas y las viejas beatas”… ¿Será?

     Probemos con la Palabra divina que hoy se nos ofrece.

Proclamación de la Palabra

Escuchen hermanos la lectura del santo Evangelio según San Juan:

19 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». 20 Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

21 Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». 22 Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan sin perdonar».

Reflexionemos

     En cierta forma, este pasaje evangélico nos manifiesta algo de la misión de la Iglesia, algo de lo que implica ser “Cristiano-Católico”, que es lo que somos (que no se nos olvide que somos miembros de la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica).

     Primero, se trata de un encuentro muy especial e íntimo, “a puerta cerrada” con Jesús Resucitado; encuentro que provoca en nosotros asombro y alegría. El cristiano debe ser capaz de asombrarse de la presencia de Dios entre nosotros, y debe ser alegre, porque ha de compartir la “alegría del evangelio”, la alegría de ser hijo del Dios vivo, “por quien se vive”.

     Este encuentro, además, nos trae la paz. Una paz que no es lo contrario de la guerra, sino la capacidad humana, donación divina, de hallar su todo, su seguridad y su salvación en Dios, que ama, perdona y salva. Un Dios de misericordia.

     Y es entonces cuando recibimos el gran regalo de Cristo: “Reciban el Espíritu Santo”… sí, este gran desconocido. Pedro lo recibió ese día, el día de la Resurrección justamente. Se trata del mismo Espíritu del que proclamamos en el Credo: “Señor y dador de vida”. El Espíritu de Dios que anima, ilumina, inspira, consuela pero, sobretodo, da vida. Y nos invita a una de las máximas muestras de amor: “a quien le perdonen los pecados le quedarán perdonados”… una bendición la que está llamado a compartir el cristiano-católico. El don del perdón nacido del amor. Un perdón que más que olvidar la falta o la ofensa, la sana, ayuda a asimilarla y a seguir adelante a pesar de las heridas, las que provocamos y las que nos infringen.

     Perdonar es el fruto del amor. El que ama perdona, el que perdona bendice, el que bendice salva. ¿Amas realmente a tu prójimo, a tu semejante? Entonces perdona y pide perdón. La bendición consiste en que la amar y perdonar, abres las puertas del paraíso al hermano.

     De lo contrario “a quienes no perdones, no serán perdonados”, es la maldición que hemos de evitar. Si tú no eres capaz de amar, jamás serás capaz de perdonar, y por lo tanto nunca sanarás ni ayudarás a otros a sanar junto contigo, continuando el terrible círculo vicioso de la violencia, la delincuencia y la cultura de la muerte que impera hoy en día a nuestro alrededor, en nuestra propia patria, en nuestro pueblo, en nuestras calles, y que destroza nuestras familias y, por lo tanto, nuestra vida… así de grave es la falta de perdón.

     Si no perdonas, no salvas, condenas. Y la condenación es la extinción de nuestro propio ser.

     El Espíritu Santo, como a San Pedro, nos invita a vivir esta misión, este servicio a los demás a través del amor y del perdón.

     ¿Puedes decirnos cómo?

Catequesis Petrinas, 2015
San Pedro y el Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, junio de 2015


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