martes, 23 de junio de 2015

Catequesis Petrinas 2015, 04. “En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,1-10)

“En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,1-10)

Oración e influencia del Espíritu Santo

Desde la Realidad

Hay muchos males alrededor nuestro, quizá y hasta nosotros mismos seamos víctimas de violencia, ya sea en las calles o, peor aún, en nuestras propias casas. Quizá, aquí estoy casi seguro, ya hemos sufrido “en carne propia” los efectos de la delincuencia o de la drogadicción y el narcotráfico, la corrupción política, administrativa y hasta eclesial. O tal vez muchos seamos no tanto las víctimas, sino los causantes de tanto dolor y sufrimiento, quizá y nosotros mismos somos los verdugos.

     Y ante esta realidad, tantas veces caemos de rodillas, cansados y agotados de tanto dolor. Lloramos, nos desgarramos, cuestionamos al viento y reclamamos a Dios. Otras veces, sólo guardamos silencio y buscamos vías de solución.

     Esas soluciones pueden ser muy variadas: recurrimos, desde luego a la “oración”, pues nos acordamos que ahí está Dios, al que tenemos arrinconado en el altar familiar, entre tantos y tantos santitos. Y claro, por si Dios “no escucha”, ahí están ellos, los santos, desde el de devoción personal hasta los más “taquilleros” como San Charbel, la Virgen de Guadalupe y San “Juditas”. Hasta aquí vamos bien. Aún dentro de los parámetros de nuestra fe, al menos.

     Pero, “por si las dudas”, cuántos buscamos otras “opciones”: cartas, limpias, veladoras, “caracolitos”, cadenas, y hasta brujería. Y si somos más “espirituales”, hasta con la “santa” muerte acudimos, que si no por las buenas, pues por las malas. Y queremos, ¡exigimos!, el milagro. Vaya fe tan fantasiosa que tenemos muchos. Buscamos el maravillosismo, el objeto mágico, el “agua bendita” y hasta las llaves de San Pedro. Tanto desconfiamos del amor y la misericordia de Dios.

     Pero, ¿hacemos oración sincera, limpia y pura?, o bien, ¿somos mezquinos, egoístas y soberbios?, ¿buscamos el encuentro con Dios?, ¿pedimos su ayuda?, ¿aceptamos su voluntad?

Proclamación de la Palabra

Escuchen hermanos la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles:
1 Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora de nona, 2 cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. 3 Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
4 Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: «Míranos». 5 Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. 6 Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda». 7 Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, 8 se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios.
9 Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, 10 y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Reflexionemos

     A veces es increíble nuestra capacidad de idolatría. Hemos dicho tantas veces que a Dios lo encontramos en lo sencillo, en lo cotidiano, en una palabra de amor y consuelo, en un buen consejo, en la sabiduría milenaria de la Sagrada Escritura, en la experiencia de la Iglesia. Dios está en todas partes y con todo ser humano, basta aceptar su presencia, abrirle la puerta de nuestra alma.

     La Santa Biblia atestigua en tantos pasajes esa presencia “escondida” de Dios, en la tranquilidad de un valle, en el vacío de un desierto, en la brisa suave, en el corazón del ser humano. Pero siempre es necesario, imprescindible, entrar en la intimidad de la relación que sólo se da en un ambiente de oración.

     Oración, hermanos y hermanas, este “diálogo de amistad con aquél a quien se ama, y que sabemos nos ama”. Oración simple y sencilla: “Yo lo miro, Él me mira, con eso basta”. Oración inspirada por el Espíritu Santo que nos mueve a llamar a Dios “¡Abbá!”, Padre, “Papito”. Oración que nos introduce suavemente en la seguridad del consuelo y de la protección divina.

     No se trata de pedir y pedir, sino también de escuchar; diálogo, tú hablas, Él, Dios, escucha; Él habla, tú escuchas. Así de simple y así de profundo. El fruto de la oración no ha de ser necesariamente maravilloso. Puede ser algo muy “simple”: el consuelo en la enfermedad, la seguridad ante la incertidumbre, gotas de amor ante el odio que carcome mi corazón.

     Pero siempre habrá algo genial y maravilloso: “En nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda”. La oración, la verdadera oración, la que se hace bajo la influencia y acompañamiento del Espíritu Santo produce vida, acción, solución. No es un orar y basta, quedarme sentado ahí, con los brazos cruzados o abiertos en espera de un no sé qué, o de una señal maravillosa, digna de un programa de televisión. No. Se trata de un orar, y salir afuera, levantarse y andar, entrar en acción: “A Dios rogando y con el mazo dando” dice la sabiduría popular.

     ¿Cómo es tu oración? ¿Has experimentado algún momento así, de oración sencilla? ¿Quizá te has engañado imaginando visiones y mensajes ocultos durante la oración?

Catequesis Petrinas, 2015
San Pedro y el Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, junio de 2015


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