“En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,1-10) |
Oración e influencia del Espíritu Santo
Desde la Realidad
Hay
muchos males alrededor nuestro, quizá y hasta nosotros mismos seamos víctimas
de violencia, ya sea en las calles o, peor aún, en nuestras propias casas.
Quizá, aquí estoy casi seguro, ya hemos sufrido “en carne propia” los efectos
de la delincuencia o de la drogadicción y el narcotráfico, la corrupción
política, administrativa y hasta eclesial. O tal vez muchos seamos no tanto las
víctimas, sino los causantes de tanto dolor y sufrimiento, quizá y nosotros mismos
somos los verdugos.
Y
ante esta realidad, tantas veces caemos de rodillas, cansados y agotados de
tanto dolor. Lloramos, nos desgarramos, cuestionamos al viento y reclamamos a
Dios. Otras veces, sólo guardamos silencio y buscamos vías de solución.
Esas
soluciones pueden ser muy variadas: recurrimos, desde luego a la “oración”,
pues nos acordamos que ahí está Dios, al que tenemos arrinconado en el altar
familiar, entre tantos y tantos santitos. Y claro, por si Dios “no escucha”,
ahí están ellos, los santos, desde el de devoción personal hasta los más
“taquilleros” como San Charbel, la Virgen de Guadalupe y San “Juditas”. Hasta
aquí vamos bien. Aún dentro de los parámetros de nuestra fe, al menos.
Pero,
“por si las dudas”, cuántos buscamos otras “opciones”: cartas, limpias,
veladoras, “caracolitos”, cadenas, y hasta brujería. Y si somos más
“espirituales”, hasta con la “santa” muerte acudimos, que si no por las buenas,
pues por las malas. Y queremos, ¡exigimos!, el milagro. Vaya fe tan fantasiosa
que tenemos muchos. Buscamos el maravillosismo, el objeto mágico, el “agua
bendita” y hasta las llaves de San Pedro. Tanto desconfiamos del amor y la
misericordia de Dios.
Pero,
¿hacemos oración sincera, limpia y pura?, o bien, ¿somos mezquinos, egoístas y
soberbios?, ¿buscamos el encuentro con Dios?, ¿pedimos su ayuda?, ¿aceptamos su
voluntad?
Proclamación de la Palabra
Escuchen
hermanos la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles:
1
Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora de nona, 2 cuando vieron traer
a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la
puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que
entraban. 3
Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
4
Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: «Míranos». 5 Clavó los ojos en
ellos, esperando que le darían algo. 6 Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni
oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y
anda». 7 Y
agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron
los pies y los tobillos, 8
se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su
pie, dando brincos y alabando a Dios.
9
Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, 10 y, al caer en la cuenta de que era el
mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron
estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Reflexionemos
A
veces es increíble nuestra capacidad de idolatría. Hemos dicho tantas veces que
a Dios lo encontramos en lo sencillo, en lo cotidiano, en una palabra de amor y
consuelo, en un buen consejo, en la sabiduría milenaria de la Sagrada
Escritura, en la experiencia de la Iglesia. Dios está en todas partes y con
todo ser humano, basta aceptar su presencia, abrirle la puerta de nuestra alma.
La
Santa Biblia atestigua en tantos pasajes esa presencia “escondida” de Dios, en
la tranquilidad de un valle, en el vacío de un desierto, en la brisa suave, en
el corazón del ser humano. Pero siempre es necesario, imprescindible, entrar en
la intimidad de la relación que sólo se da en un ambiente de oración.
Oración,
hermanos y hermanas, este “diálogo de amistad con aquél a quien se ama, y que
sabemos nos ama”. Oración simple y sencilla: “Yo lo miro, Él me mira, con eso
basta”. Oración inspirada por el Espíritu Santo que nos mueve a llamar a Dios
“¡Abbá!”, Padre, “Papito”. Oración que nos introduce suavemente en la seguridad
del consuelo y de la protección divina.
No se
trata de pedir y pedir, sino también de escuchar; diálogo, tú hablas, Él, Dios,
escucha; Él habla, tú escuchas. Así de simple y así de profundo. El fruto de la
oración no ha de ser necesariamente maravilloso. Puede ser algo muy “simple”:
el consuelo en la enfermedad, la seguridad ante la incertidumbre, gotas de amor
ante el odio que carcome mi corazón.
Pero
siempre habrá algo genial y maravilloso: “En nombre de Jesús Nazareno,
levántate y anda”. La oración, la verdadera oración, la que se hace bajo la
influencia y acompañamiento del Espíritu Santo produce vida, acción, solución. No
es un orar y basta, quedarme sentado ahí, con los brazos cruzados o abiertos en
espera de un no sé qué, o de una señal maravillosa, digna de un programa de
televisión. No. Se trata de un orar, y salir afuera, levantarse y andar, entrar
en acción: “A Dios rogando y con el mazo dando” dice la sabiduría popular.
¿Cómo
es tu oración? ¿Has experimentado algún momento así, de oración sencilla?
¿Quizá te has engañado imaginando visiones y mensajes ocultos durante la
oración?
Catequesis
Petrinas, 2015
San Pedro y el
Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum
Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2015
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