"¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!" (Mc 4,41) |
XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La Palabra del Día
1ª Lectura: Jb 38, 1. 8-11. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas.
Interleccional: Sal 106. Den gracias al Señor; porque es eterna su misericordia.
2ª Lectura: 2Co 5, 14-17. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Evangelio: Mc 4, 35-41. ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
En Contexto
La
fe es la respuesta. El hombre pide a Dios razón del sufrimiento y el Señor le
da explicación desde la contemplación del universo (1 Lect.). Los discípulos
acuden a Jesús en el momento del peligro y los recrimina por su poca fe (Ev).
La fe es la respuesta al misterio de Dios y a la vida (1 Lect. y Ev.). El que
vive con Cristo es una nueva criatura (2 Lect.). (Misal Diario, Almudi).
Este domingo
¿Quién es este? ¡Hasta el
viento y las aguas le obedecen!
Decíamos el domingo
anterior (11º del tiempo ordinario, 14 de junio de 2015) que, la 2ª parte del
Tiempo Ordinario, abría con la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que es el
principal misterio de nuestra fe, y del que se desprende todo lo demás, desde
la Redención y la Encarnación del Verbo, hasta el misterio de la propia vida y
la muerte; desde lo más sublime, hasta lo más terrenal y cotidiano.
Y nuestra fe es así, Trinitaria. No es una fe basada sólo en la
Persona divina de Jesucristo, o una fe que sólo alabe y cante al Espíritu
Santo. Tampoco puede ser una fe fundada sólo en la Virgen Santa María, en
cualquiera de sus advocaciones (Guadalupe, Juquila, Ozumbilla,
Lourdes, Fátima, de los Remedios, de san Juan de los Lagos o “San Juanita”, la
del Roble, la del Cobre, etc…), mucho menos basada en el “poder” de los santos (aún si éstos
tuvieran algún poder). Nuestra fe es, pues, absolutamente Trinitaria y de ella
depende todo lo demás, que quedaría sin ningún fundamento si no miramos,
agradecemos, alabamos y adoramos a la Santísima Trinidad.
Por eso nuestra Oración Colecta de hoy: “Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas
de dirigir a quienes estableces en el sólido
fundamento de su amor”.
En el tiempo ordinario, al mirar los hechos y dichos cotidianos de
Jesucristo, miramos en todos ellos, justamente la presencia constante del
Padre, providente y misericordioso, y la influencia de vida del Espíritu Santo.
Y Jesús hace constantes referencias tanto al Padre, como al Espíritu. La acción
conjunta y cotidiana de la Santísima Trinidad, Unidad Absoluta.
En el 10º domingo
del tiempo ordinario, hace dos domingos, fuimos testigos del gran amor de Dios que, a
pesar de nuestro pecado, y con la obediencia a su voluntad, nos redime y nos
conduce tanto a la libertad de los hijos de Dios, como a la felicidad-santidad
a la que estamos llamados. El Padre
convoca, el Hijo libera, y el Espíritu Santo nos ilumina para comprender este
proceso de conversión.
El pasado 11º
domingo del tiempo ordinario, nos invita a estar
atentos a su voz, por medio de la Palabra Sagrada, que es justamente la semilla
de la fe, sembrada en nuestros campos, nosotros mismos, para dar fruto
abundante, buena sombra y ramas altas y frondosas donde sentirse protegido como
las aves que ahí ponen sus nidos. El
Padre habla, el Hijo siembra la semilla de la fe y del Reino de los Cielos, el Espíritu Santo
nos auxilia con su luz para comprender su Palabra y nos fortalece para ponerla
en práctica.
Hoy, una vez más, quizá con un poco
más de fuerza y dureza, somos reconvenidos por nuestra falta de fe. El Padre, una vez más, dueño y Señor de
todo cuanto existe, muestra su poder sobre el universo, el Hijo muestra a los
hombres que lo siguen dicho poder y nos recrimina nuestra desconfianza y
cobardía, y el Espíritu Santo nos recuerda, con su aliento, que estamos
llamados a una nueva vida, dejar lo antiguo atrás, que ha pasado ya, y aceptar
lo nuevo, la salvación, el caminar hacia el horizonte de libertad y no hacia la
retaguardia de la esclavitud.
¿Por qué son tan cobardes?
Esta es una pregunta y una recriminación, por parte de Jesús a toda
la humanidad, a ti y a mí. Y es dura la pregunta-recriminación.
Tú y yo somos testigos del poder amoroso de Dios. Lo que ha creado
para nosotros, el universo, la naturaleza misma, con sus sabias leyes, todo el
entorno que nos rodea, y desde luego obras de nuestras manos producto de esa
Inteligencia y voluntad que Dios mismo ha infundido en nosotros, y que juntas,
inteligencia y voluntad, nos ayudan a decidir y actuar con libertad; no con el
libertinaje del esclavo y pecador, sino con la libertad de los hijos de Dios,
que actúan desde el amor, apoyados por la fe y la esperanza.
Tú y yo somos testigos de todo eso. Pero, hay algo que nos deja
confiar en Dios. Nuestra soberbia, orgullo, odio, envidia. Nuestra humanidad
que se queda sólo en lo natural y no se atreve a mirar al cielo, a lo
sobrenatural; porque descubrir lo sobrenatural que hay en nosotros implica
reconocer la presencia de Dios que está por encima de nosotros. Hay, entonces,
una voluntad superior: la divina.
Por eso Jesús nos llama la atención con esa palabra tan dura, y
para muchos injusta: ¡Cobardes!
Sí, cobardes. Cobardes porque no somos capaces de dejar las cadenas
del pecado. Prefieres seguir viviendo inserto en una cultura de la muerte, violencia
y corrupción, porque es más fácil cerrar los ojos a toda injusticia, incluso si
tú eres víctima, que salir de la comodidad aburrida del cotidiano, que dejar el
colchón donde miras tranquilamente el televisor con programas superfluos y
absurdos que te “prometen una mejor realidad”; mejor, quizá, ¡y en apariencia!,
pero inexistente. La utopía no es el amor. La utopía, el ideal absurdo, es
pretender el amor sin amar, en apariencia eso es lo más sencillo.
Todo mundo
tiene la obligación de amarme, de proveer mis necesidades, de tenerme en
cuenta, de aceptar mis opiniones por muy insultantes que resulten a la propia
dignidad humana… pero yo, no he de dar nada, porque ese es “mi derecho”: “papá gobierno” debe darme casa, vestido
y sustento, aunque no trabaje, aunque no pague un solo impuesto, aunque asista
a mil marchas y procure mil huelgas. Mis padres deben proveerme toda seguridad
y comodidad, porque es “mi derecho” y es “su obligación”… Dios tiene que
cumplir todos y cada uno de mis caprichos espirituales, porque se supone que
para eso está.
Cobardes somos cuando pensamos así, y no estamos dispuestos a salir
de nosotros mismos, de nuestra apatía y egoísmo. Cuando somos capaces de
destrozar otras vidas con tal de que nuestra comodidad no sea alterada. Capaces
de cerrar los oídos al mensaje de Dios porque es muy duro, como hoy.
¿Aún no tienen fe?
Otra recriminación, que junto a la anterior, nos debe llamar
poderosamente la atención. Si has sido testigo del amor de Dios, y te atreves a
alabarlo y bendecirlo de palabra cantando y gritando: “den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia”, pero no
puedes o no te atreves a confiar en Él, entonces, hermano, hermana, tienes una
fe muy débil.
Y es débil no sólo por falta de atención pastoral por parte de la
Iglesia y sus agentes de pastoral, que ésta es también parte de nuestra
angustiosa realidad. Es débil porque en esa cobardía que nos reclama Jesús el
día de hoy, prefieres la ignorancia a conocer y ser parte de la sabiduría
divina transmitida ya por dos milenios por su Iglesia Santa, católica y
apostólica.
Prefieres la ignorancia, porque el saber te compromete, y el
compromiso implica levantarte y caminar, y salir a trabajar no sólo por tu
propio bien e interés, sino por el bien común y el bienestar de toda mi
comunidad. No. ¡Preferimos recibir despensas y regalitos, que levantarnos y
gritar las injusticias que diariamente suceden a nuestro alrededor! Injusticias
de las que somos parte: víctimas y victimarios; asesinos y asesinados. Así de
fuerte es nuestra falta de fe, así de seria nuestra cobardía.
La fe, don de Dios y la respuesta de los hombres
Pero, tras la tormenta sobreviene la calma. ¡Silencio, cállate!...
El Señor es tu Dios, te concede lo necesario para que tú trabajes por tu propia
felicidad, la de los que amas, y la de tu comunidad, pues es ahí donde habrá
que hacer realidad el mensaje de amor, misericordia y confianza.
Cristo ha resucitado venciendo el poder del pecado y de la muerte,
y así, nos concede la vida eterna, en la felicidad de su presencia eterna.
En la tranquilidad –que no necesariamente es “comodidad” ni paz “apática”-
que nos proporciona la fe, la confianza en Dios, es donde realmente podemos
comprender la acción de Dios en nuestra historia personal, y sólo a través de
la fe, y poniendo al servicio de la fe todos los demás dones y facultades
superiores, que podremos encontrarnos con el amor, dar respuesta a la
iniciativa y a la llamada divina, que intenta con sus obras de Padre, su
redención y rescate por el Hijo, y con el aliento de vida en el Espíritu,
acercarse a nosotros y salir a nuestro encuentro para que aceptemos y vivamos
su plan. Y aunque parezca disco rayado, su plan consiste en que todos nosotros,
hombres y mujeres de buena voluntad, conozcamos la verdad y alcancemos la unidad,
la felicidad y la santidad, todas ellas eternas.
Recordemos que nos estamos preparando también para la fiesta patronal,
por lo que no dejes de aceptar la invitación que Dios nos hace, por intercesión
de San Pedro Apóstol, a vivir como hermanos, en comunidad y dejando que el
Espíritu Santo guíe nuestras vidas. En el amor de Dios…
Que santa María Virgen interceda constantemente por nosotros y,
cuidándonos, nos ayude a hacer realidad los dones divinos en nosotros para
nuestra salvación y la de toda la humanidad.
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya
Trejo, domingo 21 de junio de 2015
12º Domingo del Tiempo
Ordinario, ciclo B
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