lunes, 22 de junio de 2015

XIII Domingo del Tiempo Ordinario: La Fuerza de la Fe contra la Muerte

"Óyeme, niña, levántate..." (Mc 5,41)

XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Palabra del Día
1ª Lectura: Sb 1, 13-15; 2, 23-24. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Interleccional: Sal 29. Te alabaré, Señor, eternamente.
2ª Lectura: 2Co 8, 7. 9. 13-15. Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Evangelio: Mc 5, 21-43. Contigo hablo, niña, levántate.

En Contexto
     La vida y la muerte. La muerte es un hecho y un drama. Dios creó al hombre incorruptible, pero entró la muerte en el mundo por el pecado (1ª Lect.). Jesús vence la fuerza de la muerte y resucita a la hija de Jairo (Ev.). Dios ha compartido sus riquezas con nosotros para que nosotros, a su vez, compartamos los bienes con los demás necesitados (2ª Lect.). (Misal Diario, Almudi).

Este domingo
El libro de la sabiduría, en la primera lectura, nos explica que la causa de la muerte es el pecado. El texto bíblico siempre nos presenta, por un lado, el pecado del hombre y sus consecuencias; y por otro, el amor y la misericordia de Dios. Mientras tanto, Pedro encomendó a Pablo preocupare de las necesidades de la Iglesia madre de Jerusalén. San Pablo invita a los Corintios a ser generosos como lo fe Cristo, quien siendo rico se hizo pobre por nuestra causa. San Marcos nos presenta a Jesús como Señor de la vida. De Él brota una fuerza capaz de curar. Los dos milagros que hoy nos narra el evangelista nacen de la fe, suscitan la fe o por lo menos “todos quedan asombrados”. (Misal Mensual, El Pan de la Palabra). El salmista nos invita a alabar eternamente al Señor, en tanto que Él, en su amor y misericordia vuelve la muerte y la tristeza en vida y alegría. 

No muerte, no destrucción
Dios no hizo la muerte, ni la destrucción” (Sb 1,13). Esta debiera ser la primera respuesta a la antiquísima pregunta: ¿Por qué?, por qué la muerte, por qué la maldad, por qué la destrucción. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, por lo tanto, nos ha creado para la vida. Pero el pecado entró en el mundo, no por obra de Dios, quizá por influencia del Maligno, pero definitivamente por culpa del ser humano, que haciendo mal uso de su libertad, se separa del plan divino del amor.

     Si esta situación nos atreviéramos a juzgarla con ojos y leyes humanas, seguro aplicaríamos la más alta y dura de las penas y sentencias, y quizá, más que por justicia, por venganza al daño que nos ha tocado. Así somos los seres humanos. Pero no Dios, nuestro Padre, quien no renuncia a su plan original. Si ha creado al hombre para la vida, en el amor, decide rescatarlo del poder de la muerte.

     Una vez más podemos ser testigos del amor y la misericordia de Dios; puede más el amor de Dios que la maldad humana. Así de simple y así de complejo.

     Por eso, la liturgia de la Palabra de hoy nos ofrece, primero este recordatorio del que ya hablamos: Dios no es autor ni de la muerte ni de la destrucción. Pero también nos recuerda la Vida. Si estamos llamados a la vida, entonces, entre los signos mesiánicos de Jesús están justamente éstos, tanto el devolver la vida, como el “repararla”, sanarla.

     Pero también nos recuerda una de las consecuencias de tal amor: nuestra respuesta. La fe es fundamental para reconocer el amor y la misericordia de Dios en nuestra vida; y también nos urge en la generosidad. Si Jesús, siendo rico se hizo pobre por nuestra causa, entonces habrá que responder con la misma generosidad ante las necesidades de los demás.

Situación de la Mujer en tiempos de Jesús
     San Marcos nos presenta dos milagros. Normalmente los evangelistas narran milagro por milagro, de forma aislada cada uno, para poder asimilarlos y valorarlos en su justo medio y así profundizar en la enseñanza de cada uno. Sin embargo, hoy vemos este relato en que se narran dos milagros entremezclados. Primero, porque son signos milagrosos respecto a la vida, uno al rescatarla, otro para sanarla. Y porque ambos signos también son dirigidos a dos personajes que tienen una característica común: son mujeres…

     Aquí me detengo un poco. La mujer en la época de Jesús era prácticamente un cero a la izquierda, es decir, carecía completamente de identidad, personalidad propia y dignidad. Siempre juzgada, sometida y hasta esclavizada, ni siquiera se poseía ella misma.

     Claro, debemos mirarlo en ese contexto, que creo no es tan lejano al actual. Una sociedad tremendamente masculinizada, por no decir necesariamente “machista”. En el contexto bíblico, e incluso, extra bíblico, la mujer es “culpable” de tantos males en el mundo. Por una mujer “entró el pecado en el mundo”, por ejemplo. El relato del Génesis es muy claro en este punto. Puesto que la mujer, Eva, se “dejó engañar” por la serpiente (el Maligno), ella deberá ser sojuzgada por el hombre, que “fue engañado” por ésta. Y por eso el sometimiento y la desconfianza en la personalidad femenina.

     Hoy en día estamos aprendiendo a mirar a la mujer en su verdadera dimensión, no sólo en su feminidad, sino en toda su integralidad: madre, sostén y actora. Su dignidad está siendo revalorada. Sigamos en ello.

¿Cuánta es tu fe?
     Pero, volviendo a nuestra lectura evangélica de este domingo, miramos a un Jesús que rompe con un cliché, y hasta con un tabú de su época. En todo su ministerio Jesús se relaciona de manera distinta a lo esperado por su cultura con la mujer, su trato es siempre digno y respetuoso hacia ella. Es un trato natural, de tú a tú, sin afectación ni segundas intenciones. Jesús redime a la mujer, redime su papel en la sociedad y su estatus.

     Por eso llaman la atención estos dos milagros, dirigidos a las mujeres. La vida de una mujer era “nada”, y sin embargo, Jesús se pone en camino para rescatar a una mujer (peor aún, a una niña), del poder de la muerte. La vida de esta mujer es importante para Él, no lo duda ni un instante, y atiende la llamada de Jairo, el jefe de la Sinagoga.

     Esta “resurrección” es a una mujer, a una niña, tan insignificante, tan poca cosa. Su vida es preciosa y apreciada. Dios no mira la ralea de uno. No se fija sólo en el importante e imprescindible, sino en el más despreciado de los despreciados, y les restituye la vida perdida.

     También se nos presenta el caso de una “hemorroísa”: una mujer (mal punto), que sangra constantemente (otro mal punto) y que, por lo tanto, es “impura” ritualmente (pésimo mal punto), basta tocarla o ser tocado por ella para que cualquier hombre quede impuro al momento: y como dicen que la tercera es la vencida… ¡pobre mujer! Por donde se le quiera mirar está totalmente marginada: por ser mujer, por estar enferma, y por ser impura ritualmente. Ella, de una u otra forma, también está muerta.

     Jesús es tocado por una hemorroísa, pero no le preocupa eso, no. Jesús es generoso en este asunto, no le interesa su propia persona, sino la de esa persona que le ha tocado extrayendo de Él una fuerza curativa. Y más cuando aquella mujer se sincera y confiesa su “crimen”… es la fe que se hace presente. No, ella no es tan importante como para detener al Maestro y hacerle frente y pedirle un “favor”. Ella se sabe tan insignificante que se confunde entre la multitud, pues se sabe impura. A ella le basta sólo tocar su manto, sólo eso. Eso es más que suficiente. Pero Jesús se detiene, le dedica tiempo, le pregunta, y le cura. Jesús mira la necesidad y se detiene, no escatima su tiempo ni los asuntos “importantes” de su pesada agenda. Se detiene y cura al enfermo. Jesús no solo detiene su enfermedad. Le devuelve toda su dignidad.

     La mujer, el pobre, el necesitado, el marginado es también digno de Dios; y no solamente digno, sino su preferido. La Iglesia hoy, trata de imitar esta “opción preferencial por los pobres”, donde “pobre” significa no sólo el desposeído materialmente hablando, sino el necesitado de modo general, el que está solo, el que ha perdido su dignidad, el que está ahí, tirado como un objeto de úsese y tírese, del marginado. Ahí estamos tú y yo, somos esa hemorroísa que no somos lo suficientemente importantes… los que, en nuestra fe, nos basta “tocar” a Dios.

Pero, ¿Comprendes todo esto?
     Dios no te ama por tu condición de realeza, sino que, sin importar quién eres y lo que eres, él te mira, pone sus ojos sobre ti, impone su mano sobre ti y quiere sanarte, devolverte la vida. No importa qué tan “indigno” seas, no importa tu pecado, no importa tu condición social, tu marginación o tu éxito social, no le importa eso. Lo que le importa eres tú, porque eres creado a su imagen y semejanza, eres su hijo, y estás necesitado de ese amor y esa misericordia… ¿Significa esto algo para ti?

     Si Dios te mira así, con este amor y misericordia tan especial, porque le eres importante, le eres precioso… tú, ¿podrás mirar al otro de la misma manera? Podrás mirar sus necesidades, su podredumbre, su nada, y en la generosidad del corazón cristiano, ¿ayudarle, levantarle, restituirle su dignidad? Dice San Pablo hoy: “La abundancia de ustedes, remediará las carencias de aquéllos…”

     Que Dios, en su infinito amor y misericordia, infunda en nosotros esa capacidad de entrega a las necesidades de los más desposeídos, del necesitado, del que ha sido desnudado de su dignidad, y así podamos caminar juntos hacia la salvación.

     Que santa María Virgen interceda constantemente por nosotros y, cuidándonos, nos ayude a darnos cuenta del gran amor que Dios tiene por cada uno de nosotros, revalorándonos y redescubriéndonos como personas, y amando a los demás, que como nosotros, también son amados por el Padre.

     En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 28 de junio de 2015,
En la Víspera de la Solemnidad de San Pedro y san Pablo
13º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B


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