"Por eso el varón... se unirá a su mujer y serán una sola carne" (Gen 2,24) |
Seguimos, este año, promoviendo la unidad de nuestro pueblo y de
nuestra Iglesia Parroquial. Decíamos al inicio de estas catequesis, que Iglesia
significa “asamblea de convocados”. Somos los bautizados que convocados por
Cristo, caminamos juntos, guiados y animados por la luz del Espíritu Santo,
hacia la Casa del Padre. Asamblea de Convocados implica que estemos unidos.
Esta unidad que comienza justamente en la familia.
La familia nace de la unión en el amor de dos personas, varón y
mujer, que tras descubrirse el uno para el otro, se ofrecen y se dan mutuamente
en el amor. Dirá Dios en el principio: “por eso el varón se unirá a su mujer y
serán una sola carne”: Una sola realidad en el amor. De este amor, surge la
familia y es el principio fundamental de su unidad.
El esposo y la esposa, reflejan (o deben reflejar) justamente el
amor que existe y sale de Dios por la humanidad, y en concreto por su Iglesia.
Por eso afirmamos que la Iglesia, más que una mera institución humana, bastante
defectuosa por lo mismo, es y será siempre Esposa de Cristo. Y Cristo, a pesar
de las infidelidades de su Iglesia, la sigue amando, cuidando y protegiendo.
Así, papá y mamá, reflejando ese mismo amor se aman, se cuidan y
protegen mutuamente. Y a partir de esta realidad, lo hacen también con sus
hijos e hijas… es decir… juntos hacen Iglesia. La primera Iglesia, la Iglesia
de Casa, la Iglesia Doméstica. La primera vez que Dios se reveló lo hizo como
“Dios de nuestros Padres”.
La familia es entonces, Iglesia Doméstica. La Iglesia, buscando la
unidad y conservando en toda su pureza el mensaje de Cristo, nuestro Señor,
tiene una jerarquía con funciones muy específicas y necesarias, justamente para
procurar la unidad: Santificar, enseñar y regir: para esto están los diáconos y
los presbíteros, y esencialmente los obispos y el Papa, todos en comunión. No
es una democracia, porque la fe no es cuestión de opinión, ni de decisiones
populistas.
En la familia, se da una relación similar. Papá y mamá cumplen y
deben cumplir con fidelidad estas mismas funciones en casa: santificarse
mutuamente y santificar a los hijos (¡por eso el matrimonio!), enseñarse
mutuamente y enseñar a los hijos, educar, transmitir de generación en
generación la sabiduría de la humanidad, en especial, educar en la fe, con
pureza y fidelidad. Y los padres también tienen la función de regir, es decir,
servirse mutuamente y servir a los hijos gobernándolos con prudencia, santidad
y sabiduría. Mandar sobre los hijos no es cuestión de poder, de someter al otro
por ser inferior, sino que significa guiar, animar, aconsejar, dirigir por amor
y a través del amor para conducir y acompañar a la familia entera a la
felicidad.
Papá y mamá no son ni pueden ser “amigos” de los hijos, justamente
por las funciones que Dios les ha concedido. Y los hijos, en virtud del amor y
del respeto, deben someterse a la autoridad de sus padres, quienes en la
búsqueda de su felicidad, les comparten y transmiten, en el amor, su
experiencia de vida, para enriquecer la propia de los hijos.
Así, en esta organización santificada por su origen divino, y con
sus deficiencias y dificultades, por su carácter humano, la familia es
promotora de la fe; los padres la transmiten, enseñan a los hijos las primeras
oraciones, les enseñan también a amar a Dios y a sentirse amados por Dios… y
construyen juntos el Reino de los Cielos.
Oremos a Dios por nuestra familia, para que imitando el ejemplo de
la Sagrada Familia de Nazaret, y por intercesión de San Pedro, procuremos ser
verdadero hogar, Iglesia Particular que, amándose entre sí y aprendiendo juntos
a amar a Dios, edifique en santidad, justicia y en espíritu el Reino de Dios en
la Tierra…
Catequesis
Petrinas, 2ª Parte
Comunión: Familia,
Comunidad, Iglesia
Locum Invenire
Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2014
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