"No es bueno que el hombre esté solo..." (Gén 2,18) |
Sigamos hablando de unidad, sobretodo, unidad en nuestro pueblo y
en nuestra parroquia.
La Familia es un tema de gran preocupación hoy en día. Y este tema
podría servirnos para muchos y muchos momentos de reflexión, así, juntos, en
comunidad. Quedémonos de momento con las ideas que ya reflexionamos en los días
anteriores. Pasemos ahora al siguiente nivel. Nuestros vecinos.
“No es bueno que el hombre esté solo”, dice la Sagrada Escritura. Y
por eso Dios instituye, desde el principio de los tiempos el Matrimonio y la
familia. El amor y la unidad familiar prácticamente son esenciales en el ser
humano. Pero hablar de vecinos… ah, eso ya es otra cosa. Buscar una cierta
armonía, unidad y amor en la familia, bueno… al final nos une la sangre, los
mismos genes, etc… pero con los vecinos… ¡uf! Qué difícil puede ser liar con
ellos. Gente a la que no conocemos. Han vivido ahí toda la vida, o ya un largo
tiempo, o quizá apenas, pared con pared, puerta con puerta. Compartimos un
espacio pequeño. Y es muy fácil que haya roces, enojos, engaños, y toda suerte
de situaciones que compliquen la relación. Aunque también es cierto que, en
ocasiones, se pueden producir entre vecinos amistades tan fuertes y duraderas,
a veces hasta más fuertes que con la propia familia.
Nuestro señor Jesucristo también tuvo que lidiar con sus vecinos,
quienes le conocían, sabían quién era su padre y su madre, y sus familiares… la
Biblia no nos dice mucho de esto, pero sí nos menciona que cuando Jesús visitó
su pueblo, y predicó ante ellos en la sinagoga, a la mayoría no les gustó lo
que dijo y quisieron matarle. ¡Vaya que Jesús mismo tuvo que lidiar con sus
vecinos!
En determinado momento de su misión aquí en la tierra, Jesús nos dijo
eso de que amar al que nos ama no tiene nada de extraordinario. Y es cierto. Tú
amas a tu familia porque, de una u otra forma sabes que hay amor de por medio.
Pero, también dijo que eso lo hace hasta el más malvado. Amar al que me ama es
fácil. El cristiano está llamado a ir más allá: Jesús nos dice, más bien, ama
al que te hace el mal… ¡Qué pesado! Pero cierto. Además, en el Padrenuestro
rezamos algo similar, si te has dado cuenta: “Perdona nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” ¿Recuerdas?
Bien. Aquí está, en parte, el fundamento de la unidad entre
vecinos. La convivencia humana no es fácil. Hay muchos intereses de por medio.
Tantos intereses como personas conformamos la sociedad. Por eso hay leyes
comunes, que nos ayudan a regular todo eso, haciendo que nuestra convivencia
sea más pacífica y llevadera.
Vivir esta unidad vecinal implica que haga un esfuerzo especial:
viviendo esas reglas, leyes y normas, pueda compartir mi vida con los demás, en
santa paz y armonía. Implica que me dé cuenta que nadie puede estar por encima
de la ley. Vivir esta unidad requiere que me dé cuenta que si vivimos el orden
establecido, podremos lograr hacer muchas cosas juntos. ¿De qué me sirve
llevarle la contraria a los demás? De nada, porque me conduce a la soledad. Y
la soledad mata lentamente.
Así que, dejemos de pelear unos contra otros. Dejemos de echar
nuestra basura al vecino; dejemos de juzgar al vecino sólo por lo que vemos y
oímos; dejemos de meternos en la vida de los demás; paguemos nuestros
impuestos, regularicemos nuestros terrenos y nuestra vida; hagamos a un lado la
piratería que tanto daña nuestra economía; exijamos a nuestras autoridades lo
que por derecho deben hacer como funcionarios públicos, que es velar por el
bien común, no por el propio…
Oremos a Dios por todos y cada uno de nuestros vecinos, los buenos
y los malos, para que, abriendo nuestra mente y nuestro corazón al amor,
podamos forjar verdaderas relaciones vecinales de solidaridad, compresión, paz,
seguridad y libertad, alcanzando juntos y en comunión el progreso mutuo, el
amor fraterno, haciendo realidad el amor y la misericordia de Dios…
Catequesis
Petrinas, 2ª Parte
Comunión: Familia,
Comunidad, Iglesia
Locum Invenire
Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2014
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