“Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo…” (Hch 4,1-14) |
Dejar que el Espíritu Santo hable por nosotros
Desde la Realidad
Una
vez más, comencemos mirando nuestra realidad.
Hablamos
mucho y de todo. Pero, ¿de qué hablamos? Quizá de lo caro que está todo en el
mercado y en las tiendas; hablamos de lo que le pasó a la vecina, del pleito
entre esposos, de la mala influencia de los nuevos vecinos. Comentamos los
últimos capítulos de las telenovelas como si fueran la gran noticia del día y,
a veces, el ejemplo a seguir. Hablamos de lo mal que está el país y de lo
corruptos que son las autoridades civiles. Hablamos mucho, pero de nada.
En
casa gritamos y reñimos, los chicos hablan de sus juegos de horror y de muerte,
del “Charlie, Charlie”, etc. Hablamos tanto, pero de tan poco. Mucho de lo que
decimos es tan superficial, y tanta importancia le damos, y no nos damos cuenta
de que, al darle importancia, colaboramos a mantener un ambiente negativo,
destructivo, fatal, para la comunidad, para la familia, para la sociedad
entera.
Al
final, sólo damos la razón a la antiquísima frase y estratagema político de
antiguo: “panem et circenses”, pan y circo. Nos cegamos así a la realidad
circundante, preferimos la superficialidad a lo que realmente importa, de tal
forma que, manteniéndonos divertidos y entretenidos, con el estómago lleno,
pensamos que nada pasa, aunque lo vivamos a diario.
Hablar,
hablar y hablar, tantas palabras que se gastan, saliva que escupimos sin
remedio. Pero, y ¿cuándo bendecimos? ¿Cuándo hablamos del gozo del amor?
¿Cuándo comunicamos nuestros sentimientos, nuestra lejanía, nuestra sed de
afecto? ¿Cuándo compartimos nuestra esperanza y desesperanza? ¿Cuándo hablamos
de nuestra fe, de nuestro Dios? ¿Cuándo hablamos con Dios?
Proclamación de la Palabra
Escuchen
hermanos la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles:
1
Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el
jefe de la guardia del templo y los saduceos, 2 indignados de que enseñaran al pueblo y
anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. 3 Los apresaron y los
metieron en la cárcel hasta el día siguiente, 4 pues ya era tarde. Muchos de los que
habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
5
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos
y los escribas, 6
junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que
eran familia de sumos sacerdotes. 7 Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan
y se pusieron a interrogarlos: « ¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho
eso ustedes?».
8
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y
ancianos: 9
Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan hoy para averiguar
qué poder ha curado a ese hombre; 10 quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que
ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a
quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este
sano ante ustedes. 11
Él es la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido
en piedra angular; 12
no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres
otro nombre por el que debamos salvarnos».
13
Viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni
instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de
Jesús, 14
pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no
encontraban respuesta.
Reflexionemos
Es
cierto, “Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo…” Nos encontramos con un
testimonio más de este santo varón de Dios. Un Pedro que, como tú y como yo, ha
salido del pueblo, hombre de trabajo, con ambiciones, en búsqueda de sí mismo y
de su felicidad. Pedro, que no se conforma con maldecir, o con regañar a los
suyos por una mala pesca, sino que, fortalecido ya con el Espíritu Santo,
adquiere una sabiduría que lo mueve a hablar.
Hablar
de Dios, y hablar con Dios. Anunciar la Buena Nueva de la Salvación a todas las
gentes con las que se topa, a los pobres y sencillos, a los necesitados, a los
que están hambrientos y sedientos de la misericordia divina, con gran valentía
incluso, habla a las autoridades
denunciando su mentira, su fraude de fe.
Pedro
seguramente no sabía del todo lo que tenía que decir, pero deja que el Espíritu
Santo hable por él.
Nosotros
también tenemos esa posibilidad. Callar la mente y el corazón para dejar paso a
la inspiración y consuelo del Espíritu Santo. El amor que hace uso de la
palabra, y en lenguaje humano, nos conforta, nos llena de esperanza, fortalece
nuestra fe e incendia nuestra caridad, de tal forma que ya no seamos quienes
colaboremos y participemos del odio, de la mentira, de la maledicencia.
Dios
pone en nuestra boca, a través de su Espíritu divino, las palabras justa para
el buen consuelo, para el consejo pertinente, para afianzar en la fe y la vida,
para fortalecer nuestras relaciones, para encontrarnos con el Misterio.
¿Podremos
también nosotros vaciarnos de todo mal sentimiento y dejar hablar por nosotros
al Espíritu Santo? ¿Podremos callar lo trivial y sin sentido, para gritar el
amor?
Catequesis
Petrinas, 2015
San Pedro y el
Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum
Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, un buen comentario hará que este blog crezca en calidad...