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Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
28 de mayo de 2015, Ciclo B
Las Lecturas de hoy
1ª Lectura: Is 52, 13-53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
Interleccional: Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
2ª Lectura: Hb 10, 12-23. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios.
Evangelio: Lc 22, 14-20. Esto es mi Cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi Sangre.
La fiesta de hoy
De la misión redentora de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, participa toda la Iglesia. A través de los sacramentos de la iniciación cristiana los fieles laicos participamos de este sacerdocio de Cristo y quedamos capacitados para santificar el mundo a través de nuestras tareas seculares y cotidianas. Los presbíteros, de un modo esencialmente diferente y no sólo de grado, participan del sacerdocio de Cristo y son constituidos mediadores entre Dios y los hombres, especialmente a través del Sacrificio de la Misa, que realizan in Persona Christi. Hoy es un día en el que de modo particular debemos pedir por todos los sacerdotes. Jesús es Víctima, es Sacerdote y es Altar
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Víctima
“Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”. Isaías, en el cuarto poema del siervo doliente, que hoy se nos propone en la Sagrada Liturgia, ya habla de esta dimensión sacerdotal en la persona de Jesús. La víctima. No se trata de una víctima en el sentido dramático y peyorativo, sino de la víctima necesaria, propiciatoria, la que paga el precio justo en satisfacción del crimen cometido.
El ser humano, hombre y mujer, ha sido creado en el amor, a imagen y semejanza de Dios, su Creador. Le ha sido infundido, por aquél soplo del Espíritu, facultades divinas “humanizadas”: inteligencia, voluntad y libertad. Pero el ser humano, haciendo mal uso de su libertad decidió apartarse del amor de Dios y pecó. Un pecado infame, renunciando al amor, negando a su Dios, engrandeciéndose a sí mismo, luchando en contra de su propia especie, de su hermano y destruyendo la creación que Dios mismo le dio bajo custodia y dominio. Toda acto humano tiene consecuencias, y hay que enfrentarlas, las buenas y también las malas. Este pecado contra Dios, de “lesa divinidad” requiere satisfacción, es decir, un pago que sólo el pecador puede y debe realizar. Se necesita entonces una víctima capaz de tal pago. Desgraciadamente, por su debilidad e insuficiencia, el ser humano no es capaz, aunque sí deudor, de este pago. Se necesita una víctima más pura y más santa, digna realmente de Dios.
Ahí el papel de Jesús, Hijo único de Dios, y Dios mismo hecho carne, habitando entre nosotros. Jesús el justo, el que pasó haciendo el bien, el que curó, el que expulsó demonios y nos enseñó a amar amando, Él, que no pecó, se hizo pecado para salvarnos. Así, se convierte justamente en este “siervo doliente” que acepta libre y voluntariamente, por amor, tal misión de ser la víctima capaz de pagar el alto precio por nuestra infidelidad. ¿Qué nos resta a nosotros? Sólo poner todo nuestro empeño en amar… porque hemos visto y hemos sido testigos de ese amor sin límites ni barreras, ese amor que ha asumido la culpa cargando Él con las consecuencias que nosotros debimos haber cargado. El amor redime; el que ama redime y es redimido. Si eso no basta, si el amor no basta, ¿qué otra cosa más sublime lo hará?
Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote
El sacerdote es el hombre, tomado de entre los hombres, que eleva oraciones y ofrece sacrificios a nombre de la humanidad entera. Jesús, haciendo realidad el canto del salmista asume también este papel; el sacerdote que acepta la misión de ser puente (ponti-fex, pontífice) entre Dios y los hombres, haciendo realidad la hermosa relación vertical, descendente por iniciativa divina, ascendente como respuesta humana; empieza así a configurarse la realidad de la Cruz.
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, es y debe ser el canto diario del sacerdote. Y recordemos la idea con la que iniciamos esta reflexión: todo fiel cristiano, por los sacramentos de iniciación, recibe esta misión tan especial de ser sacerdote. Entonces, no es sólo labor de unos cuantos, de aquellos del “cuellito blanco”, sino de todos aquellos que hemos recibido las aguas bautismales, el don del Espíritu Santo, y la posibilidad de la Comunión con Dios y los hermanos, para entonces, no sólo vestir de blanco, sino ser verdaderamente blancos, puros, ante aquél que tanto nos ama. Hacer la voluntad de Dios es el gran llamado del ser humano: y la voluntad de Dios es que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la Verdad, que seamos “santos” como Dios es Santo, es decir, que seamos eternamente felices, realizando en nosotros no un sueño utópico de perfección autosuficiente y soberbia, sino la realidad final del amor que perfecciona en un proceso continuo de vida: la conversión, inspirada por la fe, por el “creer en el Evangelio”.
Así, el autor de la Carta a los hebreos, al describir el Sumo y Eterno Sacerdocio de Jesús habla de ese “hacer la voluntad de Dios”. ¿Cómo? Aquí la respuesta, que también es iniciativa de Dios: “Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en sus mentes”. Es decir, en el corazón del hombre y en su mente, en su racionalidad, es donde el ser humano tiene inscrita de manera natural y sobrenatural la ley inmutable del amor. No se trata de una ley impositiva, ni negativa, mucho menos un actuar inhumano. Es más bien un estilo de vida que, o se asume en la libertad y el amor, o simplemente se cumple como cumplimos con trámites y requisitos para sobrevivir, olvidando el amor, y abandonando toda “obligación” a la primera oportunidad, pero deseando exigentemente, nuestro “derecho” al cielo. La Ley que Dios inscribe en el corazón y la mente del ser humano es una ley liberadora, es una ley propositiva y es, sobre todo una ley verdaderamente humana, nada que escape a las posibilidades de nuestra imperfecta naturaleza, ni que nos haga explotar en sueños y utopías irrealizables en una desesperación autodestructiva. Se trata de la Ley de la Verdad y la Vida, la que proclama y grita la felicidad de la cultura y civilización del amor, contra la propuesta contemporánea de la cultura de la muerte y la ley del más fuerte y cruel. El amor redime, por el amor podemos redimir y ser redimidos, basta mirar nuestro corazón y escrutar nuestra mente para darnos cuenta de ello, y así poder amar, sin medida, siendo el verdadero sacerdote que une a sí mismo, y a sus hermanos, su prójimo, con Dios: es el leño horizontal –así la Cruz está completamente configurada.
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Altar
Teniendo ya la Víctima y el Sacerdote, falta el Altar, siempre necesario para lograr el Sacrificio (sacrum-facere, hacer lo santo).
San Lucas nos ayuda a completar esta triada cuando nos ofrece un detalle inédito de la Cena del Señor, un detalle muy íntimo y sutil; casi secreto: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes antes de padecer, porque les digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios”. Jesús, consciente ya de su misión salvadora, invita a sus Apóstoles (hoy los obispos, por éstos, los presbíteros y diáconos, y por participación divina a todos nosotros) a sumarse desde ahora a su misión de instaurar, por el amor, el Reino de Dios. Esta edificación comienza en la nueva piedra angular, para nosotros, el Altar.
Es en el Altar donde se llevan a cabo los sacrificios que ofrecemos a Dios. Jesús es, desde ese momento, el precioso altar único y necesario donde Dios y el hombre se unen en una mesa de reconciliación, el Uno amando, el otro redefiniéndose en el amor. En el altar de la cruz se logra el máximo sacrificio que el Dios-Hombre puede realizar: “éste es mi cuerpo, cómanlo; ésta es mi sangre, bébanla”. El primero es entregado, la segunda derramada, para salvación de muchos (donde “muchos” significa todo hombre y mujer de buena voluntad). Esta es la realidad de la Eucaristía. El sacrificio agradable a Dios que el hombre debe, pero no puede realizar, y donde el Verbo Encarnado suple nuestra deficiencia.
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, Altar y Víctima, unido al ser humano, a través de la Iglesia, hace la Eucaristía, y nos la hereda por medio de los sacerdotes “ministeriales”, los ordenados (obispo, presbítero y diácono). Y a través de la Eucaristía es como podemos realizar esa unidad en y por el amor, conseguir esa fraternidad universal y así, juntos y por asociación, podremos edificar el Reino de Dios, haciéndolo realidad aquí entre nosotros, viviendo con plenitud, y revalorando nuestro sacerdocio bautismal, para dejarnos guiar, ayudar, corregir y reconciliar, en una palabra, santificar, por medio de los sacerdotes. Oremos por todos ellos, pues necesitan de nuestra oración, súplica e intercesión.
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Dios-Con-Nosotros, dejémosle pues, actuar en nosotros, con libertad y amor, para que podamos imitarlo y alcanzar ese llamado de libertad. A Jesús, por el cuidado maternal e intercesión de la Siempre Virgen Santa María, Madre del Dios por quien se vive, en su advocación de Guadalupe, amén.
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo,
© Alfonso Maya Trejo. 27 de mayo de 2015.
En la víspera de la Fiesta de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.
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