"Se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor" (Mt 6,34) |
XVI
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La Palabra del Día
1ª Lectura: Jr 23, 1-6. Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores.
Interleccional: Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.
2ª Lectura: Ef 2, 13-18. Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una
sola cosa.
Evangelio: Mc 6, 30-34. Andaban como ovejas sin pastor.
En Contexto
El Señor es mi Pastor. La liturgia del domingo
pasado hablaba de la misión, hoy presenta la imagen del pastor y sus ovejas.
Jesús tiene lástima de la multitud que le sigue y se puso a enseñarles. La
promesa de un guía, portador de justicia (1 Lect.), encuentra su realización en
Cristo (Ev.), que unifica los pueblos, destruye enemistades y concede la paz (2
Lect.). (Misal Diario, Almudi).
Este domingo
En la Oración
Colecta, pedimos humildemente al Señor: que sea propicio con sus siervos y que
multiplique, bondadoso, sobre ellos los dones de su gracia, para que,
fervorosos en la fe, la esperanza y la caridad, perseveremos siempre fieles en
el cumplimiento de sus mandatos. Esto es, que a través de su gracia, nosotros
podamos ser promotores de la paz y la unidad en la fe, la esperanza y la
caridad. Así, la Palabra sagrada de hoy nos detalla un poco más.
El profeta Jeremías habla a los pastores que
son incapaces de cuidar a las ovejas y anuncia que Dios mismo intervendrá y las
cuidará para que crezcan y se multipliquen. San Pablo nos presenta un himno de
unidad y paz; fue Cristo quien, siendo nuestra paz, nos unió en un solo pueblo
y ahora, gracias a Él, nos aproximamos
al Padre por la acción de un mismo Espíritu. El evangelio nos narra el regreso
de los apóstoles de la misión. Jesús los invita a descansar, pero también
atiende a la multitud porque andan como ovejas sin pastor. (Misal Mensual, El
Pan de la Palabra, Sociedad de San Pablo, julio de 2015). En el Salmo 22 (23) reconocemos el amor y la misericordia
divina en el descanso y el cuidado que el Señor tiene por cada una de sus
criaturas, especialmente el ser humano pues, siendo Él nuestro Pastor, ¿qué nos
ha de faltar?
Jesús Buen Pastor
La liturgia de hoy se centra en El Pastor y
los pastores, es decir, en Jesús, quien mirando a la multitud, siente
compasión, pues andaban como ovejas sin pastor, es decir, dispersas,
extraviadas, indefensas, temerosas.
Por su parte, el profeta Jeremías denuncia el
mal trabajo que realiza un falso pastor, es decir, aquellos que sólo se
aprovechan de su posición y su “fama” para dominar y oprimir al “rebaño”, para
herir y lastimar a los que Dios, dueño y Señor del rebaño, les ha confiado. De
una u otra forma, tú y yo, formamos parte de este rebaño. Un rebaño que, como
meditamos el domingo pasado está extraviado y necesita de la Palabra, su
sabiduría y su consuelo. Es cierto que muchos pastores desatienden su rebaño
por cosas eminentemente egoístas. Saben que tienen una posición privilegiada
–aún- en medio de la sociedad, y la utilizan no para llevar el evangelio ni
para ejercer un servicio en bien de los demás, sino para alimentar su soberbio
egoísmo.
Y el Señor que es Amor, también es justo. Si
el pastor no cumple su deber, entonces, que se le haga a un lado, para que
otros, más comprometidos, más fieles a la Palabra, más conscientes de la
importancia de su misión, les remplacen…
Por otro lado, hablar del Buen Pastor, a
imagen de nuestro Señor Jesucristo, no sólo se aplica a nuestros pastores de
hoy, al clero, nuestro obispo, sacerdotes y diáconos, sino también aquel
pastoreo que también nos corresponde a los fieles laicos, aquellos que de una u
otra forma, se les ha encomendado una porción del pueblo de Dios, ya como
responsables de algún grupo o actividad eclesial, ya como padres de familia, o
como gobernantes y políticos, incluso como empresarios, o jefes laborales. De
muchas maneras algunos laicos compartimos esta misión, y no podemos cerrar los
ojos ante la situación que nos envuelve hoy, ante el dolor del hermano, ante la
degradación moral y espiritual que se está produciendo por hacer a un lado,
fuera de nuestras vidas a Dios, renunciando a nuestra obligación de conducir,
también en las realidades terrenas, a su pueblo santo.
Descanso
Jesús, el Buen Pastor, nos ofrece también un
descanso. Siempre es necesario el descanso.
Vivimos en una realidad que pareciera un
vórtice, una vorágine, en un constante ir y venir, que nos aprisiona y consume
gran parte de nuestra existencia. Tenemos muchas cosas que hacer y pocas son,
realmente, las que queremos. Y a veces caemos en un activismo desmesurado, un
correr queriendo vivir, cuando en realidad morimos en el intento.
El trabajo bien hecho requiere también un
descanso. Un descanso que no implica un “no hacer nada”, sino un reponer
fuerzas, volvernos a llenar, un entrar en la intimidad propia que nos permita
reacomodar nuestra vida y, sobretodo, nuestra relación con Dios, para entonces,
volver al trabajo llevando el amor a los amados, especialmente a aquellos que
no se sienten amados, o que no lo son por el odio, el egoísmo, la envidia, etc.
El descanso requiere silencio, tranquilidad y
calma.
Hoy, Cristo se nos ofrece, una vez más, como
ese remanso de tranquilidad y seguridad, un lugar dónde recostar la cabeza y
descansar.
Cristo, nuestra Paz
Y ese descanso implica también paz. El mundo
sigue en guerra. Tú y yo seguimos en guerra. La paz, hermanos, no es
necesariamente la ausencia de guerra o de conflictos, la paz, en realidad, es
un estado de calma y tranquilidad ante los sucesos diarios que podrían afectarnos,
y ante aquellos que nos conducen a la felicidad.
En cierta forma, dejarnos llevar por el Buen
Pastor, hacia esos pastos verdes, saber que gozamos de su compañía, aun
cruzando parajes oscuros y cañadas peligrosas, eso nos granjea la paz. También genera paz la Obra Bien Hecha, es
decir, cuando cumplimos cabalmente con aquellas tareas que son producto de la
misión que el Señor nos ha encomendado al frente de un rebaño, ya sea desde la fe,
frente a la familia, a un pueblo, una empresa, una actividad laboral, los
estudios, lo que nos corresponde hacer. La paz se obtiene en el descanso, en la
búsqueda de aquél remanso en el que podemos sentirnos protegidos y seguros.
Cristo es nuestra paz, porque Él ya ha luchado
la peligrosa batalla contra el Pecado y la Muerte, venciéndoles y asegurándonos
un futuro promisorio, un futuro de vida, y vida en abundancia. Cristo es
nuestra paz porque Él nos anima a vivir, con todas sus consecuencias el amor; y
donde hay amor hay paz. Si verdaderamente amamos, gozaremos de la paz, sin
importar los vientos y las mareas, los terremotos y las crisis, sin importar el
mal que el enemigo nos produzca. El amor, el que ama, vence las debilidades, o
las atenúa, pero con certidumbre, mira siempre hacia adelante, aprovechando la
fuerza de la fe, la esperanza y, sobretodo, la caridad.
Que el Señor nos conceda ser verdaderos
instrumentos de su paz, poder descansar en el amor, y ser remanso para los que
nos rodean, y que nos ayude en nuestra misión de pastores.
Que santa María siempre Virgen, Madre del Dios
por quien se vive, y Madre nuestra, siga intercediendo por nosotros y nos
consiga la paz y el descanso tan deseado, para entonces, continuar alabando el
amor y la misericordia del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Amén.
Mihi Invenire Locum Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo, domingo 19 de julio de 2015,
16º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B
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