miércoles, 27 de mayo de 2015

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote: Víctima, Sacerdote y Altar

Imagen tomada de: http://www.seminariomadrid.org/pagina/2014/06/12/jesucristo-sumo-y-eterno-sacerdote/

Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
28 de mayo de 2015, Ciclo B
Las Lecturas de hoy
1ª Lectura: Is 52, 13-53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
Interleccional: Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
2ª Lectura: Hb 10, 12-23. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios.
Evangelio: Lc 22, 14-20. Esto es mi Cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi Sangre.

La fiesta de hoy
De la misión redentora de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, participa toda la Iglesia. A través de los sacramentos de la iniciación cristiana los fieles laicos participamos de este sacerdocio de Cristo y quedamos capacitados para santificar el mundo a través de nuestras tareas seculares y cotidianas. Los presbíteros, de un modo esencialmente diferente y no sólo de grado, participan del sacerdocio de Cristo y son constituidos mediadores entre Dios y los hombres, especialmente a través del Sacrificio de la Misa, que realizan in Persona Christi. Hoy es un día en el que de modo particular debemos pedir por todos los sacerdotes. Jesús es Víctima, es Sacerdote y es Altar

Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Víctima 
     “Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”. Isaías, en el cuarto poema del siervo doliente, que hoy se nos propone en la Sagrada Liturgia, ya habla de esta dimensión sacerdotal en la persona de Jesús. La víctima. No se trata de una víctima en el sentido dramático y peyorativo, sino de la víctima necesaria, propiciatoria, la que paga el precio justo en satisfacción del crimen cometido.

     El ser humano, hombre y mujer, ha sido creado en el amor, a imagen y semejanza de Dios, su Creador. Le ha sido infundido, por aquél soplo del Espíritu, facultades divinas “humanizadas”: inteligencia, voluntad y libertad. Pero el ser humano, haciendo mal uso de su libertad decidió apartarse del amor de Dios y pecó. Un pecado infame, renunciando al amor, negando a su Dios, engrandeciéndose a sí mismo, luchando en contra de su propia especie, de su hermano y destruyendo la creación que Dios mismo le dio bajo custodia y dominio. Toda acto humano tiene consecuencias, y hay que enfrentarlas, las buenas y también las malas. Este pecado contra Dios, de “lesa divinidad” requiere satisfacción, es decir, un pago que sólo el pecador puede y debe realizar. Se necesita entonces una víctima capaz de tal pago. Desgraciadamente, por su debilidad e insuficiencia, el ser humano no es capaz, aunque sí deudor, de este pago. Se necesita una víctima más pura y más santa, digna realmente de Dios.

     Ahí el papel de Jesús, Hijo único de Dios, y Dios mismo hecho carne, habitando entre nosotros. Jesús el justo, el que pasó haciendo el bien, el que curó, el que expulsó demonios y nos enseñó a amar amando, Él, que no pecó, se hizo pecado para salvarnos. Así, se convierte justamente en este “siervo doliente” que acepta libre y voluntariamente, por amor, tal misión de ser la víctima capaz de pagar el alto precio por nuestra infidelidad. ¿Qué nos resta a nosotros? Sólo poner todo nuestro empeño en amar… porque hemos visto y hemos sido testigos de ese amor sin límites ni barreras, ese amor que ha asumido la culpa cargando Él con las consecuencias que nosotros debimos haber cargado. El amor redime; el que ama redime y es redimido. Si eso no basta, si el amor no basta, ¿qué otra cosa más sublime lo hará?

Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote 
     El sacerdote es el hombre, tomado de entre los hombres, que eleva oraciones y ofrece sacrificios a nombre de la humanidad entera. Jesús, haciendo realidad el canto del salmista asume también este papel; el sacerdote que acepta la misión de ser puente (ponti-fex, pontífice) entre Dios y los hombres, haciendo realidad la hermosa relación vertical, descendente por iniciativa divina, ascendente como respuesta humana; empieza así a configurarse la realidad de la Cruz. 

     “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, es y debe ser el canto diario del sacerdote. Y recordemos la idea con la que iniciamos esta reflexión: todo fiel cristiano, por los sacramentos de iniciación, recibe esta misión tan especial de ser sacerdote. Entonces, no es sólo labor de unos cuantos, de aquellos del “cuellito blanco”, sino de todos aquellos que hemos recibido las aguas bautismales, el don del Espíritu Santo, y la posibilidad de la Comunión con Dios y los hermanos, para entonces, no sólo vestir de blanco, sino ser verdaderamente blancos, puros, ante aquél que tanto nos ama. Hacer la voluntad de Dios es el gran llamado del ser humano: y la voluntad de Dios es que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la Verdad, que seamos “santos” como Dios es Santo, es decir, que seamos eternamente felices, realizando en nosotros no un sueño utópico de perfección autosuficiente y soberbia, sino la realidad final del amor que perfecciona en un proceso continuo de vida: la conversión, inspirada por la fe, por el “creer en el Evangelio”.

     Así, el autor de la Carta a los hebreos, al describir el Sumo y Eterno Sacerdocio de Jesús habla de ese “hacer la voluntad de Dios”. ¿Cómo? Aquí la respuesta, que también es iniciativa de Dios: “Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en sus mentes”. Es decir, en el corazón del hombre y en su mente, en su racionalidad, es donde el ser humano tiene inscrita de manera natural y sobrenatural la ley inmutable del amor. No se trata de una ley impositiva, ni negativa, mucho menos un actuar inhumano. Es más bien un estilo de vida que, o se asume en la libertad y el amor, o simplemente se cumple como cumplimos con trámites y requisitos para sobrevivir, olvidando el amor, y abandonando toda “obligación” a la primera oportunidad, pero deseando exigentemente, nuestro “derecho” al cielo. La Ley que Dios inscribe en el corazón y la mente del ser humano es una ley liberadora, es una ley propositiva y es, sobre todo una ley verdaderamente humana, nada que escape a las posibilidades de nuestra imperfecta naturaleza, ni que nos haga explotar en sueños y utopías irrealizables en una desesperación autodestructiva. Se trata de la Ley de la Verdad y la Vida, la que proclama y grita la felicidad de la cultura y civilización del amor, contra la propuesta contemporánea de la cultura de la muerte y la ley del más fuerte y cruel. El amor redime, por el amor podemos redimir y ser redimidos, basta mirar nuestro corazón y escrutar nuestra mente para darnos cuenta de ello, y así poder amar, sin medida, siendo el verdadero sacerdote que une a sí mismo, y a sus hermanos, su prójimo, con Dios: es el leño horizontal –así la Cruz está completamente configurada.

Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Altar
     Teniendo ya la Víctima y el Sacerdote, falta el Altar, siempre necesario para lograr el Sacrificio (sacrum-facere, hacer lo santo).

     San Lucas nos ayuda a completar esta triada cuando nos ofrece un detalle inédito de la Cena del Señor, un detalle muy íntimo y sutil; casi secreto: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes antes de padecer, porque les digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios”. Jesús, consciente ya de su misión salvadora, invita a sus Apóstoles (hoy los obispos, por éstos, los presbíteros y diáconos, y por participación divina a todos nosotros) a sumarse desde ahora a su misión de instaurar, por el amor, el Reino de Dios. Esta edificación comienza en la nueva piedra angular, para nosotros, el Altar.

     Es en el Altar donde se llevan a cabo los sacrificios que ofrecemos a Dios. Jesús es, desde ese momento, el precioso altar único y necesario donde Dios y el hombre se unen en una mesa de reconciliación, el Uno amando, el otro redefiniéndose en el amor. En el altar de la cruz se logra el máximo sacrificio que el Dios-Hombre puede realizar: “éste es mi cuerpo, cómanlo; ésta es mi sangre, bébanla”. El primero es entregado, la segunda derramada, para salvación de muchos (donde “muchos” significa todo hombre y mujer de buena voluntad). Esta es la realidad de la Eucaristía. El sacrificio agradable a Dios que el hombre debe, pero no puede realizar, y donde el Verbo Encarnado suple nuestra deficiencia.

     Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, Altar y Víctima, unido al ser humano, a través de la Iglesia, hace la Eucaristía, y nos la hereda por medio de los sacerdotes “ministeriales”, los ordenados (obispo, presbítero y diácono). Y a través de la Eucaristía es como podemos realizar esa unidad en y por el amor, conseguir esa fraternidad universal y así, juntos y por asociación, podremos edificar el Reino de Dios, haciéndolo realidad aquí entre nosotros, viviendo con plenitud, y revalorando nuestro sacerdocio bautismal, para dejarnos guiar, ayudar, corregir y reconciliar, en una palabra, santificar, por medio de los sacerdotes. Oremos por todos ellos, pues necesitan de nuestra oración, súplica e intercesión. 

     Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, es Dios-Con-Nosotros, dejémosle pues, actuar en nosotros, con libertad y amor, para que podamos imitarlo y alcanzar ese llamado de libertad. A Jesús, por el cuidado maternal e intercesión de la Siempre Virgen Santa María, Madre del Dios por quien se vive, en su advocación de Guadalupe, amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo,
© Alfonso Maya Trejo. 27 de mayo de 2015. 
En la víspera de la Fiesta de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.

martes, 26 de mayo de 2015

La Santísma Trinidad: Encuentro, Alegría y Estupor, Relación, Misión

Solemnidad de la Santísima Trinidad
31 de mayo de 2015, Ciclo B
1ª Lectura: Dt 4, 32-34.39-40. El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
Interleccional: Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
2ª Lectura: Rm 8, 14-17. Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Evangelio: Mt 28, 16-20. Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.



Hoy la Escritura divina nos revela tres cosas fundamentales, en un ambiente de alegría y estupor: un solo Dios, un Espíritu de amor que nos impulsa a hablar con este Dios y decirle “Abbá”, ¡Padre!, y una realidad que sólo el que ha vivido inserto en esta relación de amor supremo conoce y puede dar a conocer y que se vuelve, desde entonces, un nuevo panorama, una nueva forma de mirar el mundo y a Aquél que nos ha creado, desde el amor: La Santísima Trinidad; un solo Dios en tres Personas divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto, según la definición tradicional, la del antiguo catecismo. Bella, sí, pero incompleta. Incompleta porque le falta algo: la experiencia humana del amor. Hablar de la Santísima Trinidad es hablar del amor, de nuestra propia historia de amor. ¿Cuál es la tuya?

     Se trata primero de un encuentro con el Misterio, personal, fundamental, inolvidable. Este encuentro se realiza siempre desde lo más simple y sencillo: con Moisés, en una zarza en medio del desierto, un símbolo simple, muy sencillo y hasta insignificante, pero tan misterioso. Y es, además, una relación que no sólo se piensa y razona, sino que además se experiencia, basta que te lo preguntes, que te des cuenta de su presencia. ¿Dónde? Lo encuentras en lo que hay a tu alrededor, no hay que buscar en lo extraño y extravagante, o en el “maravillosismo” del incrédulo; no, sino en las miradas de tu entorno, en las sonrisas, también en el llanto, en la alegría y en la tristeza, en el triunfo y en el fracaso, en la naturaleza misma, en lo hecho con tus propias manos, incluso en los algoritmos cibernéticos y entre maquinarias y aceites… pero hay que poner atención porque, de lo contrario, podríamos dejar pasar lo que es instantáneo y espontáneo, porque ahí, justo ahí en lo cotidiano está Él, el gran Misterio.

     En un segundo momento, tras el encuentro viene la alegría, la dicha, aunque también el estupor de un encuentro con algo que no se comprende del todo. Es sensible, realmente sensible, aunque jamás podrá reducirse a un experimento de laboratorio, a un objeto manipulado por la ciencia o sólo por el intelecto. Requiere escucha atenta, requiere, sí, razón y mucha, pero también confianza, y aceptar el hecho de que su Palabra basta, en un hoy que exige la letra y una firma. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor, porque siempre tendrá una base, un suelo firme donde sostenerse cuando todo lo demás, y los demás fallan.

     Aparece entonces la necesidad de la relación. No basta el encuentro ni la dicha, mucho menos el estupor. Es necesaria la relación. Ahí donde yo estoy, ¡ahí te necesito!, porque tengo que verte, tengo que sentirte, tengo que experimentarte, tengo que hablarte. ¿Y cómo hablar con un Misterio que se desconoce, cómo hablar con un Misterio al que uno no sabe dirigirse propiamente? Por eso, Dios mismo, en su infinita sabiduría y amor, infunde en ti y en mí el Espíritu de hijos que nos hace gritar “Abbá”, ¡Padre! A veces quisiéramos relacionarnos con Él en la misma dinámica de las relaciones de hoy, basadas muchas veces, las más de ellas, en lo superfluo, en el tú de igualdad insolente, donde paso a paso te demuestro mi superioridad sobre ti y donde compito contigo por no sé qué razones de egoísmo y autosuficiencia. Decir y gritar ¡Padre!, aun y con un tú de igualdad en la confianza del amor, es reconocer no su superioridad divina, sino tu posibilidad de poseerlo, de hacerte suyo y hacerlo tuyo, sí a éste Dios nuestro, único y eterno, hacerlo tuyo, de tu propiedad, porque es posible el amor donde al ser tú de Él, Él es tuyo. Es aquí donde entra perfectamente el Espíritu Santo, consolador, sí, pero también inspirador y dador de vida, porque al hacerte exclamar “Abbá” te hace capaz de Dios y capaz del amor. ¿Amas?

     Y, finalmente, el culmen de la revelación que comenzó con un encuentro, que prosiguió con la alegría y el estupor y que te impulsó a reconocer al Misterio ya no como un ser lejano, allá, perdido en el cielo y en el ciberespacio, sino como Padre, personal y siempre presente. Llega entonces este culmen, la revelación total: Tan capaz eres del amor que eres digno de reconciliación y de redención. Y por eso no puedes callártelo y guardarlo para ti: la misión es compartirlo, llevarlo al necesitado, al que no ama o no es amado, o peor, que no se siente amado ni capaz de amar. Llevarlo al que vive en la desesperanza, consolando al que ha extraviado el camino y el horizonte porque su “fundamento” se ha desvanecido en la última caída de la bolsa, o en el último partido perdido por su equipo favorito. Llevarlo al que llora, llevarlo al que ríe con la risa escandalosa del cínico, llevarlo al que odia, al que no se da a sí mismo ni acepta a otros a su alrededor, que muere de egoísmo, el vicio y la mentira… hay que anunciarlo a todas las gentes, bautizándolas, es decir, concediéndoles la gracia que tú y yo ya hemos recibido, así, con esta fórmula tan simple y tan compleja: En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Trinidad, Una y Santa, Misteriosa y tan cercana… ¿la sientes, la experimentas, la haces tuya? Con la gracia y el amor de Dios. Amén.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo.

La Palabra Dominical


Con algo de tiempo "libre" para poder volver a escribir un poco... con una pantalla en blanco y combatiendo los malos momentos de la vida, me doy este espacio para no oxidarme. Y ¿qué mejor manera de hacerlo que compartiendo algunas reflexiones sobre la Palabra divina que domingo a domingo nos ofrece el Señor, nuestro Dios, a través de la Sagrada Liturgia?

Por eso, hoy intento -uno más- esta nueva experiencia de poner nuevamente por escrito estas reflexiones que van surgiendo domingo a domingo. No pretendo que sea un espacio homilético, ni tampoco exegético. No serán clases de teología ni de pastoral, mucho menos de moral... nada de ello, nada siquiera académico. Pretendo simplemente poner aquí eso, reflexiones dominicales sobre la Palabra.

Dios me ayude con inspiración, gracia y entendimiento. Me encomiendo al cuidado amoroso de la Siempre Virgen Santa María, en su advocación de Guadalupe, para que me cuide y ayude en esta tarea que hoy me propongo. Y a ustedes, hermanos y hermanas, hombres y mujeres de buena voluntad, les pido paciencia y su indulgencia, para que al leer las próximas alucinaciones mentales de corte teológico-pastoral, ni se escandalicen, ni se eleven demasiado. Cualquier herejía, corríjanla con caridad y perdónenla, tomando lo que sigue como de quien viene: Su Servidor, intentando en el amor compartir un poco de sí...

Agradezco sus oraciones y estoy a su disposición a través de este y otros medios bien conocidos... Valoraré mucho sus comentarios y, sobretodo, sus amables oraciones, por mi conversión o por mi eliminación de la faz de la tierra... Saludos y Bendiciones.

Mihi Invenire Locum Meum in Caelo,

Alfonso Maya Trejo.
Mayo de 2015, 8ª semana del Tiempo Ordinario, antes de la Solemnidad de la Santísima Trinidad.