Soliloquio sobre la Fe
o lo que es mejor:
Disquisiciones Absurdas sobre Fe, Iglesia y Cotidianidad
(Cuarta Parte)
La Fe se vive en lo Cotidiano
Y surge una pregunta más: ¿Tiene todo esto algo qué ver con mi vida, es decir, con mi cotidiano, con el mundo donde vivo, con mis actividades, mi trabajo, lo que soy?
Creo que esto es algo que preocupó fuertemente a los Padres Conciliares durante el Vaticano II. Cuando el Papa Bueno, Juan XXIII anunció la necesidad de un concilio que ayudara a la Iglesia a mirarse a sí misma “ad extra et ad intra”, uno de los principales argumentos del “aggiornamento” (actualización, traerla al hoy) fue justamente éste: ¿Cómo ayudar al cristiano de hoy a vivir su fe en medio de un mundo que constantemente la niega?, ¿cómo ayudarle a resolver adecuadamente su principales problemas y angustias, sin negar o contradecir lo fundamental de la doctrina cristiana?
Pero, a pesar de los grandes esfuerzos del concilio, del sínodo de obispos, de las conferencias episcopales, e incluso, de los grandes teólogos y de los presbíteros en general, incluyendo hasta los “curitas de pueblo”, algunas preguntas siguen sin respuesta.
Aun así, se hace necesaria, y hoy más que nunca, la construcción de la “Civilización del Amor”. Pero una civilización del amor que verdaderamente ayude al cristiano común, y a toda la humanidad a encontrarse fuerte, personal y constantemente con su Creador: sin fariseísmos ni moralismos absurdos, respetando la persona humana y su propia personalidad, acercándolo cada vez más a su ser de hijo de Dios.
Mucho se ha logrado también en el avance y defensa de los grandes derechos humanos: la vida, la libertad, principalmente.
Ahora bien, todo lo anterior tiene eco en la vida cotidiana, porque el ser humano separado de su raíz pierde mucho, pierde su propio ser, su propia orientación y hasta su propia felicidad. Porque en un mundo que deshumaniza y despersonaliza al ser humano es urgente y necesario revalorar lo que “ser humano” comporta.
Mucho se ha escrito hoy en día sobre lo que “ser humano” implica. Y mucho en este afán de separar al hombre de su propio principio, de su naturaleza, de lo que es su verdadera esencia. Porque cuando la voluntad no quiere aceptar algo, la razón encuentra siempre razones para no creer; pero el corazón le recuerda que ese algo falta, y que sin él estamos completamente solos y perdidos. Ahí es donde se conecta fe, vida, Iglesia.
Estos argumentos que muchos pensadores, y otros no tanto, han ido “descubriendo” y compartiendo, aunque prometieran mucho en “humanidad” la van desnudando hasta dejarla en nada. Insisto, su fundamento es pobre.
En un intento de humanizar al hombre se le desnuda a tal punto que se pierde toda razón fundamental de su propia existencia. Creo, afirmo, que no es posible desenraizar la naturaleza humana de su propio principio y fin. Si separamos al hombre de su propio principio y fin dejamos un hombre que no encuentra sentido a su vida, ni a las formas de vida con las que se encuentra por la simple y sencilla razón de que, en un afán de separarlo de dicho principio y de dicho fin, se le deja solo e indefenso consigo mismo y contra sí mismo, además de contra el resto de la humanidad.
Me refiero propiamente al principio y fin llamado Dios. Se coloca al hombre como medida del propio hombre. El resultado es un ciego que guía a otros ciegos. Es decir, ¿cómo lo imperfecto pretende medir lo imperfecto y dictar caminos de perfección? Nada surge de la nada, la Potencia no puede generar el Acto, de la imperfección jamás resultará la perfección, aunque se le mienta a la imperfección de tener esa capacidad. El hombre no puede ser su propia medida. Al intentarlo el resultado es pobre y sin sentido. ¿De dónde manan todas esas leyes, normas y valores con las que se pretenden que el hombre sea realmente hombre? Ciertamente no del mismo hombre. Tenemos que reconocer que el hombre no hace al hombre, aunque el hombre crece con el hombre. El sinsentido de la vida humana empieza aquí, cuando se le separa de su origen, de su naturaleza y de su propia esencia. Quiero enfatizarlo. Dios.
El hombre es capaz de Dios. Su principio, su origen y su fin están enteramente ligados a Él, pues de Él procede y a Él tiende. El hombre no es dueño del Ser, sino que participa de Él porque Él así lo ha decidido en su infinita sabiduría. El hombre no es dueño del Ser porque el ser le ha sido dado y, por lo tanto, él no puede darlo, ni compartirlo siquiera. Hay una fuerza mayor que rige todo el cosmos, humano y extrahumano. Hay quien, en un afán de engrandecer al hombre mismo, se atreve, o bien a negar dicho presupuesto, o a hacerlo a un lado como cosa que estorba. Ese alguien, que se atreve a tanto, definitivamente ha tomado el camino errado, principalmente porque no ha querido tener ese encuentro personal con quien le ha dado el Ser por temor, y rechazo, al compromiso y a la entrega que el Ser reclama para sí y para el resto de la humanidad y para el resto de lo que Él ha hecho y engendrado. Porque la libertad no consiste, como piensan algunos, en no tener compromisos que lo “encadenen” a uno; la libertad consiste, justamente, en saber tenerlos, en saberse comprometer, encadenar por amor…
Hombres ciegos que pretenden entender su propia esencia como algo separado de su origen. Esos hombres no tienen ni la menor noción de lo que ser humano implica y significa. Dicen estar de acuerdo al progreso, libres de “mitos” y creencias añejas y arcanas, hombres que desprecian la fe ensalzando a la razón, sin ver que la fe es justamente el culmen de la razón y su complemento. Cuán equivocados están de pensar que ellos mismos son los creadores de ellos mismos y su entorno. Cuántas palabras vacías han vertido en precioso papel para perjuicio propio y de cuantos les rodean. Ciegos que guían ciegos.
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