“No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe” (Hch 15,7-9) |
Unidad en la Diversidad
Desde la Realidad
Volvemos
al tema del racismo y la discriminación. Y es que le tenemos tanto miedo a lo
diferente, o quizá no sea sólo miedo, sino envidia…
A
veces queremos que los demás sean, actúen y piensen como nosotros lo hacemos.
Siempre creemos que tenemos la razón en todo. Somos unos “sabrosos” para todo y
en todo. Todo lo conocemos y todo lo sabemos hacer, no hay quien nos gane.
Somos prácticamente la última “pepsicola” en el desierto, más americanistas que
los del “América”…
Por
eso, cuando nos enfrentamos a alguien diferente a nosotros, con alguien que se
atreve a pensar distinto, entonces nos enconchamos, nos cerramos a lo diverso.
Dejamos de escuchar, nos sentimos atacados y ¡empieza la guerra!
Pero,
por otro lado hablamos de unidad: “es que tenemos que unirnos para lograr tal o
cual cosa” y, pareciera que ese “unirnos” significa pensar todos igual, ser
todos igual, vestir igual, peinarnos igual, escuchar la misma música, ver las
mismas telenovelas, ser del mismo partido político, platicar de los escándalos
de Laura… etc.
Hoy
en día, hasta los jóvenes “rebeldes” hay perdido lo característico de su
rebeldía porque, queriendo ser diferentes se vuelven iguales unos a otros, sin
distinción, formando guetos, pandillas o peor, cárteles de delincuencia, vicio
y muerte.
Queremos
unidad uniforme. Por unidad e igualdad pensamos en ser todos absolutamente lo
mismo.
¿Deberá
ser así, o hay otro camino?
Proclamación de la Palabra
Escuchen
hermanos la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles:
7
Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, ustedes
saben que, desde los primeros días, Dios me escogió entre ustedes para que los
gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. 8 Y Dios, que penetra
los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo
igual que a nosotros. 9
No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con
la fe.
Reflexionemos
Creo
que desde el Concilio Vaticano II (Roma, 1962-1965) la Iglesia como institución
ha comprendido algo muy valioso: que ser uno, no significa necesariamente ser
todos iguales.
San
Pablo lo expresa haciendo una comparación con el cuerpo humano, donde hay
distintos miembros con funciones diferentes y todas ellas necesarias, pero que
juntos hacen que el cuerpo funcione.
San
Pedro lo comprendió en esa reunión de Jerusalén: Dios no hace distinciones,
pues la salvación es para todos, a todos nos ha purificado con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo.
Por
eso hablamos hoy de “unidad en la diversidad”, es decir, ser cristiano implica
sí un creer todos en lo mismo: Dios Uno y Trino, el Padre Creador, el Hijo
Redentor y el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, creer en la Iglesia como
medio de salvación, en un solo Bautismo para el perdón de los pecados, en la
resurrección de los muertos y en la vida eterna. Ser cristiano implica,
ciertamente, Celebrar nuestra Fe por medio de los Sacramentos y la Sagrada
Liturgia. Ser cristiano implica también, vivir la Vida en Cristo, fundada ésta
en los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, en las Bienaventuranzas y en las
Obras de Misericordia, tanto corporales como espirituales. Ser cristiano
implica entrar en esa relación de intimidad con el Padre amoroso, en comunión
con toda la Iglesia, por medio de la Oración. Vivir nuestra fe, compartiéndola
con los demás, guiados y pastoreados por los sucesores de los Apóstoles, los
obispos en comunión con el Papa, sucesor de san Pedro. Sí todo esto nos une y
nos hace iguales.
Pero,
no olvidemos que como cristianos también somos “católicos” es decir,
universales. Y justamente ahí, en esa “universalidad” se da la diversidad.
Manifestamos nuestra fe de manera distinta, según nuestro contexto cultural,
social, según nuestras tradiciones, según lo que hemos aprendido de nuestros
“abuelos”, es decir, nuestros ancestros. Todo ello nos hace diferentes,
diversos.
El
amor de Dios y hacia Dios, nuestra fe, el modo de vivirla, compartirla y
perseverar, nos une, aún en nuestras diferencias. Al final, dice la sabiduría
popular, “cada cabeza es un mundo”.
Hoy,
Cristo, por el testimonio de San Pedro, y apoyado en ese otro pilar de nuestra
fe, San Pablo, nos invita a ello, a darnos cuenta de que, a pesar de lo
distintos que somos unos de otros, todos estamos llamados a formar parte, en la
unidad, del mismo Pueblo, compartiendo el mismo Pan y dando testimonio de la
misma Fe. Un solo Pueblo, un solo Corazón, una sola Mente, un solo Dios.
Saludos y Bendiciones, y ¡hasta el próximo año!
Saludos y Bendiciones, y ¡hasta el próximo año!
Catequesis
Petrinas, 2015
San Pedro y el
Espíritu Santo
Mihi Invenire Locum
Meum in Caelo
Alfonso Maya Trejo,
junio de 2015